sábado, 25 de febrero de 2023

El acabose de la cencerrada samurái, un álbum para borregos.

Quien hizo este borrego tebeo,
debió usar por lapicero

su mejor dedo.
Seguro que en buen licor lo empapó,

dibujando y balando;
seguro que en buen licor,
 
dulce y seco.
¡Ah, qué borrego tebeo,
qué estupenda historieta!
¡Beee! ¡Beee!

Sakakura del Maestro de la escuela del chisguete Miratoo Kemono.

La estampa del dibujante arqueando el espinazo ante su tablero de dibujo mediante la que no pocos artistas han caricaturizado su condición de trabajadores de un medio minusvalorado como el de la historieta resulta todavía una representación razonablemente clara a la vez que espontánea de una experiencia profesional ingrata. Jalonada por episodios muchas veces degradantes cuyos secretos mecanismos los lectores aficionados casi nunca advertimos. O no a tiempo como para echar pie a tierra. Gritar. Patalear. Lo qué sea que esté en la mano de ese adicto incondicional a la historieta al que desde hace algún tiempo ya ni se le tiene por un consumidor digno. Pues su naturaleza como la de aquellos viejos tebeos de consumo hoy a extinguir resulta en un lamparón de lo más inconveniente para el lucimiento de la pasarela de novedades entre nuestros editores de mayor prestigio y solidez. Aquellos que en su delirio empresarial puedan asegurar haber visto a los cuatro gatos aficionados españoles rodar desnudos como serpientes bíblicas calle abajo e impedir con su escandalosa presencia la entrada en librerías y galerías comerciales al lector ocasional, animal tímido y fácilmente espantable, que croa con chaqué, chaleco cruzado y pantalón de rayas, en la charca dorada de toda esta fantasía comercial que se quisiera mercado de la historieta. Si acaso catalogable como una especie de alberca que, por su fauna anémica y olor a orínes, deberíamos imaginar próxima a un descampado conlindante con los estudios de cualquier cadena de radio o televisión. Tal vez una Ciudad de la justicia. Un museo del vino o de la leche cercado además de periodistas culturales a la rebusca de jeringas y toallitas higiénicas. Cualquier lugar donde se desparramen inteligencia y dineros ajenos. ¡Chop! ¡Chop! Allá donde quiera que salten las ranas a las que editores, críticos y comentaristas, son muy libres de besar por tres veces. O incluso alguna más. En un acto de amor sin fronteras abierto a enfermedades como la sífilis ojerosa ni siempre incurables. Ahora bien, y salmonelosis aparte, meterse, entre carrillo y carrillo, uno o dos sapos cada cinco o cincuenta años nada les costaría. Y premiar así tal vez alguno de esos tebeos vulgares de cuya lectura apenas vayan a beneficierse lectores incluso más simples que el jorobado profesional que pueda ocultarse tras ellos; con suerte, un profesional de la historieta no emparentado con la progenie albina de bizcas e infertiles víctimas de una depresión endogámica que brota al calor y la humedad de la curva de crecimiento de unos divulgadores en perpetuo refrote con la entrepierna del editor español.
En ese empeño fanático, más de un lector aficionado no dudará a la hora de recomendar cierta innominable invención urcitana cuando se hable de historietas y personajes tan estimables como para echar al morral de sus creadores un tipo de premios que para poco y nada sirven. Ya dijo Plinio el cabrero que unos llevan la fama y otros cargan la lana. Y algún día, un día cualquiera de esos en los que se dispare hacia los cielos el contenido de dos docenas de botellas de gaseosa marca blanca, ha de quedar a la mano de quienes consumen la historieta del país escarmenar o cardar toda esa lana en la urdidera de unos premios. Con la factura de una espléndida cinta fernandina para el lucimiento de ese tebeo de tan escasa valía pero enorme popularidad entre los rufianes desharrapados y los chilindrosos ladrones de bodigos que no pueden permitirse pinchar en las azarosas clasificaciones menstruales de la ACDComic. Mucho menos abrir el PDF de los Premios Dolmen de la crítica. Ni navegar el sitio web del antiguo Saló Internacional del còmic de Barcelona. Tan siquiera escamotear unas cola-locas o una bolsita de patatillas de las que se reparten durante las deliveraciones del Premio Nacional del cOmic. Citas que vienen marcando los imperativos seminales de la buena historieta. Nuestros catálogos de dioses, príncipes o emperadores modernos, y, con ello, la invención de unas genealogías de ennoblecimiento que han constituido siempre uno los actos más innobles a los que se ha dado la burguesía; evidentemente, como medio y fin para su propio mantenimiento. La hora de conceder una tregua a estos ofensivos pesajes y carreras con los que de tanto en tanto todavía se pretende incluso asimilar la cultura popular a la cultura pop ha llegado por fin. Es el tiempo entonces de ir probando a abrir las fosas nasales tras oxigenar la charca cual hipopótamos. Para que la superficie de sus aguas estancadas burbujee, y así,  tan pronto como revienten en el aire y un inenarrable olor a cuadra dé vuelo otra vez más a las posibilidades comerciales de una historieta hogareña, surja también un convecimiento general acerca del que se consideraría como único vencedor digno de tales lodos: La oveja samurái. Germen de una irracionalidad desbocada y muestra a la vez de la falta de recato y pudor de una generación de lectores perdida para la historieta española. A la que sin embargo cabe el gozo de su redescubrimiento, tal vez junto al de sus autores, por más que buena parte de ese mismo público todavía se denigre al equiparar muy descaminadamente esta febril criatura surgida del magín de dos creadores almerienses con un personaje yanqui de nombre tan estrafalario como Usagi Yopimplo... ¡La liebre bebedora! ¡El ronin de la botella de anís! ¡El único samurái que echa a correr cuando ve un vaso de agua sobre la mesa!

"Es inevitable la mención de Usagi Yojimbo. ¿Hasta qué punto ha influenciado vuestro trabajo?"

Sala del Percebe.

"Es imposible hablar de La oveja samurái sin mencionar sus más que evidentes influencias. Stan Sakai y su Usagi Yojimbo es forzosamente la primera que nos acude a la mente"

Ecos de Asno. Revista gutural.

"La amalgama de influencias o referencias [...] Desde las evidentes series clásicas de animales antropomórficos como Tortugas Ninja o Usagi Yojimbo (aunque el tono me recuerda al anime de Samurai Pizza Cats)"

Es la hora de la tortedad. 

"Todo es copia si no es USA", anónimo popular.
 

Menudo bochorno si opiniones como estas llegasen a oídos del gran Francisco Ibáñez entre reanimación y reanimación cardiopulmonar en alguna inoportuna mañana de jueves; como es sabido, día de la semana que nuestro patriarca de los moneros dedica a sacar el cálculo de su cuota de autónomos, junto al de su pensión, la cifra más temida por los industriosos miembros de la CEOE y los altos sicarios fiscales del Banco de España.

Ojalá que la lectura de esta reseña y sus párrafos despachurrados, de entre cuyas letras jamás se podrá tomar un fideo que sirva para guisar el afamado ramen a la tex-mex, salvara solo a uno de los cuatro a cinco lectores aficionados que aún queden por comparar a la oveja samurái con Usagi Yopimplo; el samurái "invitao" en el show de los galápagos niños mutantes ninjas, para más señas. ¿O acaso todavía es posible imaginar un futuro bajo el signo del algoritmo youtubero en el cual no vayamos a ser superados en nuestra capacitación laboral y productividad por simpáticos gatitos? Miserable panorama el que nos espera si nuestros sindicados divulgadores se deciden a regurgitar estas gigantescas bolas de pelusas en funciones gratuitas organizadas a instancias de los promotores de ferias y festivales. Reconfortémonos cantando por Son Goku para mostrar de paso nuestra solidaridad y cariño hacia los ejecutores del karaoke del manga a los que la novedad que seguro supone esta nueva línea de confereciantes de bajo coste acabará por desplazar en futuros salones de la cosa comiquera. Pues de este amamantamiento mutuo se nutre un cuadro de igual o mayor finura que, a base de notas coloridas y exageradas, es capaz de soslayar el carácter netamente aventurero y los trazos e intereses histórico-idiográficos propios de la obra de Stan Sakai con tal que la comunidad de bizarros comentaristas complete su ejercicio diario de funambulismo para la verbena editorial, y, ya una vez a su antojo, se encuentre en disposición de ofertar dentro de este intranscendente y fútil mercadeo de reseñas y artículos de variedades su definitiva comparación del personaje creado por una parejita de españoles con la primera cosa que a ellos les resulte apreciable. Y, por lo que sea, además imprescindible. Como si la oveja samurái de Fran Carmona y Santiago Girón pudiera constituirse en el reverso cómico de ese conejo (o lebrato (?)) del pobre don señor Sakai por alguna característica, o, incluso, algún tipo de argumentación mucho mejor determinada, verdaderamente ajenas a la tensión arterial y disfunciones hipotalámicas de los propios comentaristas. En una lectura falta de cualquier criterio de interpretación, y apenas afirmada sobre unos vagos principios de jerarquía como son la notoriedad y el prestigio que irradia la exorbitante difusión del Made in USA. Muestra de autodesprecio y desvalorización demasiado frecuente que además denota un claro alejamiento de la realidad. Ejemplos como este, a pesar de resultar bochornosos e irritantes para los lectores que menos simpatizan con la labor de lazarillos y palafraneros editoriales, sirven al menos para que podamos certificar el grado de sumisión y dependencia a mercados extranjeros al que se encuentra sometido el conjunto de la producción historietística de origen español. Siempre dentro de unos procesos de recepción y evaluación en el que las editoriales que han asentado la superioridad de su rendimiento comercial y económico en la traducción de material foráneo no serían ni mucho menos ajenas. Todo lo contrario. De risa y alivio semejante estampa recordaría a aquel nada famoso y ficticio cuadro del también falso pintor gallego Francisco de Coña que, si años ha la memoria no me extravió por galerías y museos improbables, se titulaba El editor devorando a sus divulgadores.
La ordenación y ajuste de las sanciones a imponer por todos esos atropellos a la conciencia lectora quedará a la mano de san Pirrón de los tebeítos, distribuidor de destemplanzas intestinales y otras muchas fiebres mortales.   

Génesis lanuda. O inicios del comercio y aparcería de un mito lanar.

 

"Cuando llegó, vistiendo el secular kimono raído y polvoriento, masticando maiz a dos carrillos, arrastrando su vieja katana oxidada y exhalando un atávico aroma a rebaño, todos pensamos que se trataba de otro estúpido, piojoso y harapiento paleto gandul y medio lelo. Teníamos razón, sí, pero aquella oveja era...mucho más."

Javi Sánchez junto a Santiago Girón.

El proyecto artístico borreguil del dibujante Fran Carmona y el guionista Santiago Girón (jienense modificado genéticamente a los usos urcitanos) se inició, como sucede con la mayoría de las visiones psicoanalíticas de nuestros grandes creadores, gracias a un robo. El robo comiquero del siglo para algunas fuentes lo bastante resecas como para alcanzar a ser tenidas por desinformadas en todos estos asuntos de la historieta y sus medios complices. Y que observado ahora por fin mediante una relectura global resulta más del préstamo, o la caritativa adopción, en que acabó un fortuito episodio que tuvo como protagonistas a Santiago Girón y al dibujante Javi Sánchez, autor también almeriense caído al mundo como Francisco Javier Sánchez Múñoz, quien, con efecto y certeza, bosquejara a la oveja samurái por primera vez.  Mediante un dibujo que no otra cosa era que una casta oveja con su espada. Un esbozo pues sin propósito alguno de los que muy comunmente suelen surgir al cálculo de un desbroce de mil pares de palabras entre dos elementales operarios del medio durante una de sus distraídas charlas. Como siempre sucede, en mitad de un ágape maravilloso a base de panchitos. Aunque sin que por entonces se pudiera barruntar que algo después una pareja de chiflados acabarían retomando esa ocurrencia absurdamente impía para adobarla con sus mejores barbaridades y concebir, casi que por milagro, todo sea dicho, un personaje de mucha risa. A la postre protagonista de unas historietas difícilmente imaginables cuando a Javi Sánchez le dio por regalar aquel boceto de un borrego con katana así la idea no parecía mucho más delirante que las ovejas asesinas de la película neozelandesa Black Sheep estrenada allá por el año de 2006 precisamente a Santiago Girón. Tercera o cuarta encarnación de alguna cachonda divinidad a medio camino entre la Mona Lisa y Demis Roussos, y, por tanto, más próxima genéticamente al típico souvenir indalo que a un caloyo o cabrito recién nacido. (Apreciación esta última que ha de parecernos superflua a los pueblerinos españoles, y, sin embargo, cobra toda su importancia a la luz de los apuros promocionales que la moderna fotogenia reclama dentro de la industria de la bande dessinée. [1]) El resto resultará fácil de adivinar, siempre y cuando el investigador de imposibles acuda a los abrevaderos oportunos en vez de amorrarse al primer caño que le salga al paso, pues es bien sabido que allí donde el arsenal de efectos y maniquíes disparatados de una película de Hollywood jamás nos trasladaría demasiado convincentemente mucho más contundente y veloz se mostrará ese otro mecanismo capaz de vaporosas manufacturas conocido por imaginación. Y al que sin duda suponemos como una especie de calinoso trolebus a la hora de procurarnos el empujoncito hacia el pasado que precisan nuestros fisgoneos extracórporeos en pos del origen de ese arte verboicónico articulado y trashumante al que vagamente algunos pobrecicos extranjeros llaman cOmic.

"¡Y allá que va!"

Basta oírse el ruido de como nos pasan por encima aun sin alcanzar a distinguir siquiera los dos primeros números de la matrícula que ya puede uno darse imaginariamente atropellado por el pasado, y nada menos que a dos pesetas el viaje, justo a tiempo de asistir a un ejercicio tan prototípicamente español como ver al guionista, y asimismo lozano dibujante, Santiago Girón ponerse a oído sobre aquel dibujo cual cencerrero. Quizás sabiendo que solo acabará de escucharse singular y único después de que Fran Carmona haya comenzado también a trastear con ese mismo papel para arrancarle un soniquete algo particular y, tal vez, incluso insólito. No despacio ni demasiado rápidamente, sino tolón a tolón y hasta que la cosa dispare un provechoso tilín. Para que ya una vez ajustada la lengüeta y cerrada la hebilla, veamos a dibujante y guionista salir de su chozo y descender cogidos de la mano por la sierra almeriense en busca del apiaradero editorial y de ese capataz que ha de encargarse de esquilar los trabajos de ambos. Mientras a nosotros los efectos de unos analgésicos de camello suministrados por el sobrino de la Mari Pili, al que por alguna razón nunca hemos visto moverse de la misma esquina que ocupa desde hace lo menos quince años, medio que nos abandonan para devolvernos al dolor y al futuro que es (¡Ay!) ahora. 

Del esbozo de Javi Sánchez al cencerro de Fran Carmona.
 

Así dejen de dolerme la cabeza y sangrar mis oídos, tendré tiempo de discurrir sobre lo bonito que debía de ser presenciar un estreno cinematográfico cuando los sabios barberos y cirujanos romancistas aún ni soñaban con ver sustituidas panaceas tan populares como el alcanfor o las sales de amoníaco por esta moderna estimulación eléctrica que (¡Ay!) ahora persigue mi conciencia del pecho a las orejas. Con tan monumental tiritera de todos mis órganos que siento el futuro acecinarse en este humazo a medida que se va extendiedo cierto tufo a posteridad en las sartenes que por ojos descubro entre mis salvadores. Pero si por un casual gracias a este quemador de azucar acaban despegándome de la calzada, prometo revelaros muchos otros de los padecimientos vitalicios que la producción de las más notables historietas nacionales acarrean en forma de toda clase de desgracias, defunciones más o menos espontáneas, y hasta maldiciones familiares de signo licantrópico. 

 

El paño de una anécdota todavía poco conocida pero bien aprovechable para su desfiguración parcial en forma de leyenda sitúa a Fran Carmona y Santiago Girón como mariposas clavadas con alfileres en un leño a la deriva alrededor del año 2015. Fecha que al menos así ha quedado consignada por la historiografía de la circunnavegación editorial y a partir de la cual una mayoría de historiadores y archiveros tebeófilos han imaginado a la parejita de autores cargando con toda la borra arrinconada en sus cerebros para arrebatar a un editor español. 
Sin duda los editores de Ominiky Ediciones recordarán para siempre el día en que dos de los pájaros más dotados de la historieta nacional bailaron para ellos a la seca de un estivadero en Mallorca. Nunca se sabrá si fue el miedo a la brucelosis o los singulares biquinis y la fragancia mortificante de unos zahones salitrosos lo que acabó de convencerles, pero de las ruecas y husos de este sello balear vimos salir las dos primeras entregas de la serie La oveja samurái: dos libros con impresión interior en blanco y negro lanzados entre 2015 y 2018, que a día de hoy, velados por la bruma del coleccionismo, solo están presentes ya en las estanterías de las mejores corralizas. Algo bueno y memorable a releer de seguido junto con un cubo y una esponja, útiles imprescindibles para enjugarse los lagrimones de tanta risotada como acompaña a esos dos tebeítos. Considerados patrimonio público e inalienable de la tebeografía humorística para gozo y disfrute de los gorruendos consumidores de historieta española que libres del crotal de Panini buscaron en su día también pastos de puerto apartados a las atenciones de los perros asilvestrados por ECC y Planeta Cómic. Tres empresas serias seriamente involucradas en la defunción de eso que el grueso de los podcasteros y tebeotuberos españoles venden por cOmic dentro del picadillo con el que adoban su programación. Toda ella un triste cotejo de novedades y feria de crocantes nostalgias anunciado al grito de voces tan cursis como: "¡Cremita!", "¡Canela!", "¡Pepinazo!". Si al lector ocasional no se le inunda la "patata" al escuchar a estos recoveros jefes del claque, la Sectorial del cOmic aún nos echará una buena reganiña por dar al traste con la campaña navideña de 2023 desde nuestra presumida y linda gacetilla. —Prueben ustedes a encender muchas luces como hacen en Vigo. Pronto llegará el día en que enviarán a sus criminales científicos de la ACyT para forzar nuestros archivos mediante una palanqueta informática. Aquí nos encontrarán. Esperándoles escondidos detrás de las cortinas; descalzos y completamente inmóviles pero cagados de miedo ante la posibilidad de estar perdiéndonos alguna de las excelentes teleseries que ofertan a diario las televisiones mundialistas. Cierto que nos habríamos rendido hace mucho de saber tirarnos del caballo como aquellos falsos sioux de las viejas matinales. Pero carecemos de una verdadera instrucción cinematográfica. Y de todas maneras qué, digo yo, aparte de nada, podríamos hacer contra tales reproches si aquí nuestros redactores nunca aspiraron a realizar un cursillo editorial de gatekeeper, como tantas veces les sugerimos desde la dirección, y labrarse una digna carrera actoral bajo el ala monda y lironda de la ACDCómic, o, incluso, colaborar sólidamente en los festejos del Ragnarök-Còmic Barcelona bien cogidos a las barbas de FICOMIC. Víctimas de un presupuesto mínimo, huérfanos de enlaces directos a Amazon y similares, nos hemos visto abocados a trabajar a partir de cuerpos abandonados. Una panda de vagos retales de carne y asombrados masticadores de suelas de zapatos que os rebañarían a hurtadillas el cerumen de los oídos con genuina y parsimoniosa delectación mientras dormís si es que, extraño es creerlo, la verdad, fuesen capaces de levantar los brazos algo más allá o por encima de sus braguetas.
Tras la conquista de ese objeto singular que algunos llaman celebridad, y otros simplemente fama, una gigantesca ola de gloria empapó a los padres de la La oveja samurái sumergiéndoles en ese océano primordial de recogimiento creativo en que se han constituido las redes sociales. Después la marea eterna. La arena recogiéndose en la playa y miles de millones de bañistas mirando desde la orilla en internet como si nada importante hubiese ocurrido. Alguno de ellos llegó a preguntarse qué tan duradero era el amor de las sirenas. O, de un modo mucho más realista, ¿por cuánto tiempo podía permanecer aguantando la respiración un autor de historietas de madurito a casi estropeado? Dos chubasqueros de hule amarillo hechos a la medida de los autores dan fe de la admiración y el respeto que Fran Carmona y Santiago Girón se embolsaron tanto de parte del público asistente a las principales romerías y verbenas del cOmic español como de una amplia representación del gremio de historietistas, la misma crítica e, incluso, algunos editores que antes no acertaron a calcular los beneficios de una apuesta comercial insuperable. El que ambas prendas fuesen encontradas con los bolsillos cosidos y llenos de piedras en lo alto de la nariz de un moái hacia finales del año 2018 es solo un misterio más de los muchos que rodean esa ausencia injustificable de cuatro años por los que el mercado español de la historieta se vio huérfano de las aventuras de La oveja samurái.


 

Ya a principios de 2022, a contracorriente de lo que los teólogos de novela gráfica contemporánea que actúan a escondidas como críticos de cOmic entre la cúspide de roña y la base de verdín de lo que ellos mismos han bautizado como mundillo esperaban, una bella y siniestra pareja de editores volantes de esos que van invitando a cafés y cervezas de festival en festival anunció el inminente, imperioso, inaplazable y, ahora sí que sí, triunfal regreso a las librerías de La oveja samurái.
Aquel anuncio contrastaba fuertemente con lo que hasta entonces había sucedido durante el lanzamiento de las anteriores entregas de la serie, y esta vez la nueva aventura protagonizada por el personaje generó verdadero interés y curiosidad desde antes de su publicación y salida al mercado. Incluso entre aquellos lectores que apenas comenzaban a saber de la criatura gracias a una campaña de preventa cuya promoción acometieron con el brío y el entendimiento que acostumbran desde Grafito editorial. Un sello valenciano que podría dar lugar a sorprendentes elucubraciones sobre si es este u ese otro planeta el que explicaría mejor su comportamiento y actuación ante el público lector y el resto de actores dentro del ámbito ese tan rarito de los tebeos como el reflejo de un profundo conocimiento sobre los anhelos y disposición de unos y otros. Pues muchos de los editores a los que por su continuada y pesadísima presencia en el ámbito editorial cabría suponerles no solo cierta veteranía sino una mayor comprensión de los engranajes que han de moverse a la hora de enfrentar la promoción de sus títulos, dar a conocer su catálogo y la nómina de autores junto a los que trabajan, no consiguen concitar la expectación ni de lectores ni de medios que Yolanda y Guillermo alcanzan con una sorprendente facilidad. Como será que hasta yo conozco a ambos por el nombre desde que publicaron su primer tebeo, no hace mucho más de siete u ocho años atrás. Mientras de otros podría creer que tienen piernas con pies, un par de brazos con sendas manos a juego, y, muy probablemente, una cabeza no mucho más gorda ni hueca a la del común de seres humanos aquejados de paruresis. Y no obstante, como faena a la par de la de san Francisco de Asís con sus animales o ECC Cómics con sus campañas humanitarias de microfinanciación colectiva, es de justicia reconocerles a algunas de las grandes empresas editoriales que mueven el montante de los tebeos que se incineran al cabo del año sobre el sagrado suelo español la asistencia que vienen prestando a tantos de estos infraseres al emplearlos en su cruzada contra la historieta y, en general, contra su menguante público.

¡Paso, gabachos de la bande dessinée!


En ese contexto, las nuevas prácticas de Grafito editorial vienen marcadas por los intereses de los creadores de la oveja samurái: 

La posibilidad de un mayor rendimiento y provecho de la obra para sus autores pasa por el mercado francobelga. Este es su afán y una de las metas que Santiago Girón y Fran Carmona persiguen desde hace algún tiempo, por lo menos, desde que con la segunda aventura del personaje se propusieron producir una historieta totalmente autónoma encauzada mediante su mayor predisposición hacia un tipo de narración menos bufonesca e irracional en cuanto a la acumulación de gags y el tono de su humor. Un salto lógico que conllevará cierta remodelación de la serie acomodando composición y estructura a las usanzas editoriales de tan poderosos como pejigueros vecinos. Algo del todo realizable que otros muchos editores y autores españoles han materializado con éxito. Si estilísticamente los dibujos de Fran Carmona ya habían dejado entrever la predilección del dibujante por ciertos artistas francófonos, desde la más referencial y clara influencia de André Franquin a la más sútil pero igualmente importante de Albert Uderzo, es en el desarrollo de la historia y su desglose narrativo donde se dejan sentir los más importantes cambios respecto a la etapa anterior. Pero las mudanzas no acaban ahí, para que su difusión no encuentre barreras, y a la par del coloreado, el lanzamiento de Grafito toma las hechuras del formato de edición que en una mayoría de países todavía se distingue por la denominación casi nobiliaria de álbum francés. Presentándose así de forma extraordinaria y excepcional dentro del catálogo de este sello editor como su más enorme tebeo, un álbum con encuadernación en cartoné y unas dimensiones de 31,8 x 23,7 centímetros, al que solo llegará a igualar en su modélica presentación la traducción de un tebeo vasco en la que poco después se embarcarían los editores.
¿Qué sugieren todos estos trabajos? Sin duda que la incertidumbre de su rentabilidad se reparte entre el sacrificio en tiempo y sudores de los creadores ante el nuevo enfoque que, con la consecuente multiplicación de sus escenarios y personajes, proponen de la serie casi a modo de reinicio y la intrepidez editorial para acompañar esa importante apuesta igual de creativamente mediante el impulso que siempre supone una edición a la medida de la obra. Luego en la Carpa de derechos en Angulema, Frankfurt o Bolonia, autores y editores podrán o no ver cumplidas sus expectativas en torno a su licenciamiento entre editorales de los más diversos países. Pero lo que no se les podrá negar en esa espera, además de durante los muchos meses transcurridos necesariamente entre la idealización del tebeo y su comercialización, es que todos vivieron en pareja confiados bajo un mismo paraguas. En una actitud y altura muy por encima de las plegarias y recitado de mantras que se pueden advertir tras otros proyectos tebeísticos innumerables y grises.

Una comedia zooantropomórfica redonda.

Las arrugas (aún lenes y agradables) de la madurez del tándem formado por Fran Carmona y Santiago Girón les llevan a recolectar los mejores de los hallazgos desarrollados en anteriores entregas de la serie, especialmente, aquella caracterización y presentación estereotípica de los protagonistas que a su vez se traslada a la interacción repetitiva de ciertos gestos y comportamientos entre los mismos a partir de los que acaban por liquidarse muchas de las recompensas, satisfacciones y sufrimientos de los personajes en el transcurso de sus correrías por este álbum titulado La senda del tatuador. Ese conjunto de elementos y situaciones que cumplen un deber de hospitalidad con el lector entregado al reconocimiento de estereotipos subordinados al exotismo que la esfera cultural japonesa y su pasado poco más o menos que legendario todavía suscitan en Occidente. Tan obvia en la adopción artificiosa de contorsiones sociales recibidas a través del manga y el anime luego replicadas de manera contraria a su sentido original por muchos consumidores de historieta. Aunque dicha atmósfera no es atribuible al universo de la oveja samurái ni probablemente a sus lectores. Pues el Japón por el que discurren las aventuras del personaje se presenta bien empapado de la conocida nivelación que el humor andaluz promueve al cambiar sin aparente discriminación de la parodia a la farsa, y, gracias a ese movimiento, ser capaz de transformar incluso un simple saludo en discusión o polémica. Convertir también el ataque a la persona en halago. O hacer pasar cualquier lisonja por tierna inventiva de conmiseración. Así de simple es como queda configurado este singular escenario japonés con transfusión de humor andaluz que nos presentan los autores, seguramente, como exorcismo de todo aquel desprestigio que a cada tantas toneladas por minuto los medios de comunicación promueven de Andalucía. 
Para la creación del argumento de La senda del tatuador los autores se inspiran (solo lo suficiente como para sortear el plagio) en el libro Jijiji o Crónicas y desechos del Japón, compendio de cuentos y canciones que los modernos estudios sobre la tradición literaria japonesa atribuyen a la monja Zen nacida en la provincia china de Fujian Kuenta Loo Todo, celebridad nacional en Japón gracias a su labor de traductora de los Anales eróticos confucianos como por su posterior y dilatada carrera de presentadora en algunos de los más populares espacios infantiles de las cadenas comerciales de televisión japonesas durante los años cincuenta cuya emisión dio lugar a que el mangaka Go Nagai idealizara a su exhuberante heroína Cute Honey [2]  años después, consolidando a partir de las referencias y personajes de tan inmemorial obra del confucionianismo una trama mucho mejor articulada que las anteriores entregas de la serie. Donde a partir del gran vigor de sus protagonistas, Chito y su maestro la oveja samurái, se le presenta al lector un viaje muy terrenal y desvergonzado que se repartirá a lo largo de varias jornadas heroicas.
Como los ya iniciados en la tebeobiografía de la errante oveja samurái saben, actualmente la única fuente segura sobre la furtiva vida de este guerrero legendario dispuesta a los ojos de los lectores como a los de alguna pequeña parte del resto de figuras de su desopilante comedia es un anciano mono instruido en el arte de la broma y propenso a remembranzas descacharrantes. ¡Chito! El candoroso y algo torpe pero ingenuo monito al que, en tiempos lejanos, la oveja samurái habría tomado por discípulo casi que contra su voluntad; aún sin proponérselo, el bueno de Chito podía ser bastante pesado de pequeñín. Una constante en las historietas de la serie que se mantiene en La senda del tatuador al volver a otorgar al narrador un papel dentro de la obra. De tal manera que el relato se nos presente según aquella modalidad tradicional de leyenda evocada por quien fue uno de sus principales testigos. Confortadora fórmula por la que el sensei Chito nos introduce en la historia de su antiguo maestro la oveja samurái, ejecutando una caligrafía maravillosa desde lo que parece el ocaso de su vida. Ya completamente enfrascado en el papel de viejo y sabio educador para unos niños que quizás muy pronto también aspiren a convertirse en samuráis. 


Obsérvese que esta nueva historia compuesta al pincel del antiguo discípulo ve abastecida su prototípica escenografía con una institución japonesa que bien podríamos tener por uno de aquellos liceos conocidos por terakoyas donde monjes ancianos y algunos samuráis ejercían como docentes de forma altruista. Un detalle bastante llamativo, y no menor de la predilección del protagonista por el maíz o la nacionalidad indigestamente colonialista del pérfido Lord Hammon de York que conocimos en La oveja samurái. Bambú (2018, Ominiky), a partir del cual se consolidaría una cierta datación de la época en que Santiago Girón y Fran Carmona sitúan las aventuras de sus zooantropomorfizadas criaturas. Así, si nos aventurásemos a tomar por cierta tal apreciación como una pista más que añadir a la aparición de soldados de la Compañía Unificada de Mercaderes Ingleses en Bambú, el universo histórico-geográfico que nos pinta la saga de la oveja samurái se correspondería con esa época conocida como período Tokugawa (1603-1868) que ha dado comienzo y fin a tanto jidaigeki dentro de la industria del cine japonés y resultado en la enorme popularidad entre el público occidental de muchas de las historietas que han abrazado después sus códigos estéticos y narrativos. Ciertamente, por muchas clases de katana o muchos shinais que veamos en ese patio la idea de que un discípulo de la oveja samurái pueda llegar a acaudillar una aristocrática escuela de esgrima japonesa, espacio segregador, acaparador de poder y socialmente selectivo, desfiguraría el carácter espontáneo de esa sustancia humana indefinible en términos completamente objetivos que llamamos humor. Sustancia que empapa el pensamiento y las acciones del propio Chito y su maestro en su terrenal ronda por el cosmos japonés del chambara trocando la sangre fría del samurái y el fanatismo de orden moral del bushido por una indolencia y ociosidad liberadoras. Un pasotismo paradójicamente tan vivo y activo como la hilarante falta de decoro y modales de ambos personajes. O todas esas fintas con las que siempre tratan de escapar a esfuerzos y calamidades asiduamente abiertos a las contradicciones sociales y humanas que constituyen los desafíos más habituales dentro del drama japonés de katana y kimono. En la práctica, elementos de una caracterización hilarante de acciones y comportamientos que los protagonistas levantan contra el tabuar y las prohibiciones que los poderosos imponen. Constituyendo por ello una lectura gratificadora para mayores y pequeños. Incluso los miembros más prematuramente avejentados de la Sectorial del cOmic disfrutarían con las calamidades por las que pasa el cerdo esclavista de la Corona británica frente a los protagonistas de Bambú. Y ahora, por esta tercera aventura de la serie, acompañando a la oveja samurái y el pequeño Chito en una tournée junto al hijo del sogún Sumo Isigo donde se visitarán tabernas, casas de baños, villas encantadas y aldeas de postal, reparando agravios hasta conseguir que el sueño de convertirse en el gran Maestro tatuador del buenazo de Tedoi no resulte escacharrado por la ambición de su retorcido hermano Tekito. Festivamente, en efecto, entre muchas risas, golpes, acciones desesperadas y algunos desnudos (casi) integrales de los protagonistas. 
Imaginamos cuán desesperante os resultará a los socios de esta gacetilla el tener que estar leyendo nuestra reseña en vez de el fabuloso tebeo del que aquí tratamos con tanta diligencia como si caminásemos a paso de ganso sobre el lomo de los cinco morosos que aún nos adeudan la mitad de su cuota anual. [3] Sabed que está en juego el futuro mismo de la historieta española. Y necesitamos primero de nada captar la atención del enemigo. Luego aburrirlo a base de palabrería. E ir adormeciéndolo como quien hipnotiza a un capón hasta que por fin dé con su cabeza en el teclado. Una operación en la que se decidirá si los bocadillos de las generaciones de dibujantes y guionistas por venir se rellenarán con auténtico jamón serrano o la más barata marca de chóped de Caritas. Pues de haber manejado bien los hilos de este operativo, nuestra sección de sabotajes y albañilerías informáticas integrada por los redactores Kami Kase y Toi Akabao se encontrará por fin a menos de veinte centímetros de clausurar para siempre los cursillos magistrales sobre tejemaje editorial de a veinte euros del descubridor de talentos en Panceta cOmic David Hernando. (Recomendamos agacharse antes de que en un clásico uno, dos y tres suene el gran ¡CHOFLÓN!)

¡Más elipsis como estas y menos viñetitas detalle en todos los tebeos!
 

El marco general de la aventura lleva a Tedoi a embarcarse en el desafío que como única solución su padre el sogún Sumo Isigo es capaz de proponerle para que se convierta en tatuador sin mancillar su linaje: conseguir que cuatro honorables Maestros del Japón acepten ser tatuados por su mano, convirtiéndose al tiempo en el Maestro tatuador. De fallar en esta misión el mismo Tedoi perdería su posición como heredero al trono en favor de Tekito, y, además, se vería obligado a llevar a cabo ritualmente su sepuku ante súbditos y miembros de su familia. El gordo y maquinador Tekito, traidor hermano cuya vesania anda a la par del fingimiento y falsa cortesía con los que Kazuo Koike y Goseki Kojima caracterizaron al catador oficial del sogún Abe el feo en su clásica serie de historieta El lobo solitario y su cachorro, desplegará las más despreciables estrategias para que la honradez no rinda y Tedoi acabe perdiendo su posición como primer heredero al trono. Entramos pues en el juego de la traición y las dulces palabras en el que se arremolinan malvados y tunantes, esas coordenadas tan específicas de la bribonería donde cierto veterano secundario de la saga de la oveja samurái no podría dejar de participar aunque quisiera. Los que ya conozcan al ronin Tokomocho de anteriores entregas de la serie sonreirán solo con verle en su papel de eventual secuaz contratado por Tekito para hacer de guardaespaldas de su hermano Tedoi. La caracterización de este zorro, una de las más logradas y consolidadas de entre los adversarios cómicos de la oveja samurái, tampoco les planteará a los nuevos lectores muchas dudas sobre la auténtica misión de tan fanfarrón y cobardica personaje. Este doblete cómico, español y andaluz, del trapacero Renart francés no es sin embargo el más incompetente de los tramposos contratados para dar al traste con los sueños del hijo bueno del sogún. Santiago Girón y Fran Carmona tampoco han dejado fuera de esta aventura a los ninjas de la Escuela de Aton Tao, y menos mal, porque de la falta de discernimiento y las negligentes estrategias de estos salteadores, asesinos e idiotas congénitos, surgirán algunos de los mayores disparates que hacen la gracia de asistirnos en el recreo que nos han planteado los autores de La senda del tatuador. Y menudo recreo que incluso al amor está dispuesto. Es hermosa, fría y más eficaz que el resto de los sicarios a sueldo de Tekito, su nombre: Karmín, un buen personaje femenino de entre los tipos que la historieta infantojuvenil suele manejar para dar sentido a la inmadurez de ciertos elementos masculinos ante las mujeres. Lo descubre el lector apenas con tiempo de plantearse si esa nota romántica que sugiere la incorporación de la resuelta espía Karmín a la historia no acabará resultando mortal para Tedoi. 

"¿Qué será, qué será, qué será?
Si me la dan con queso
Ya mañana se olerá
Y olerá, será lo que olerá" 

Veinte hematomas de amor y una canción amoratada, por Kokê Pelï Kiano (ídolo musical de origen chuncheonés radicado en la ciudad japonesa de Otaru) .

Ni José Luis Moreno sabría presentar a estos dos.
 

Por más que puedan resultar fácilmente familiares, Chito y su maestro no son aquel modelo de lo sublime y lo heroico de la aristocracia japonesa tal cual nos pintan a los samuráis en la mayoría de historietas que sobre las coordenadas históricas, o la simple escenografía, de un jidaikegi puedan disponer como principal atractivo la emoción de las contiendas a vida o muerte y la acción propias del subgénero del chambara. Su destreza como esgrimistas y sus técnicas de lucha, al igual que sus achaques y sus mismas manías, no nos impulsan a imitarlos y andar camino de manera miserable. Toda esa higiene para lo transcendental que representa la senda del samurái queda en manos de Usagi Yojimbo. O, mejor aún, de Ito Ogami y su hijo Daigoro. Y muy al peine de la acción salvaje y sangrienta podríamos acordarnos del violento Afro Samurái, creación de Takashi Okazaki también muy particular, pero que solo comparte con la oveja samurái un peinado a la moda del rebaño; y con la diferencia sustancial de que el humor reclama una melena más encrespada y también, seguramente, repleta de acáridos para nuestro indescriptible protagonista. [4] Se diría que la pareja formada por estos dos descarados seres del ruedo urcitano-japonés a los que han dado nueva vida desde Grafito editorial tengan más en común con los personajes del historietista Santiago Valenzuela que con cualquier Miyamoto Musashi que pudiéramos echarles en cara a sus creadores. Ya el hecho de que cada vez que alguien los necesita tenga que vérselas cruzando el umbral hacia cavernosas e insalubres tabernas da idea de la clase de criaturas con las que nos las estamos teniendo en esta reseña. A pesar de todo no conviene ser muy tiquismiquis, locales como estos son de los pocos lujos que se pueden permitir Chito y su maestro en su día a día. Como serán de importantes todas estas diferencias culturales y de clase que, mientras los clientes del Equipo A se dejaban simplemente caer por lavanderías en unas citas previamente concertadas por teléfono, al pobre Tedoi solo la casualidad y la suerte le llevan a dar con nuestra pareja de héroes. Por tanto, nunca descalifiquemos a las tabernas por su inseguridad o por lo estrambótico de su clientela, tan cosmopolita y patibularia como en Curro Jiménez, pues de ello logra hacer Fran Carmona su sello recogiendo con el esmero que le caracteriza mobiliario, utillaje, y hasta las vigas de madera de una escenografía nada sencilla. Labor sostenida con ejemplaridad galopante por todo lo que dura La senda del tatuador
Se ve que por fin tratarán sobre los resultados del arte de bandera del dibujante y los giros picarescos y chacoteros de su guionista a esta altura de la reseña. Pero, ¿no será ya algo tarde para esto? 
Claro que no, amigos de FICOMIC, a quién iban a leer las ovejas para dormirse si no es a los únicos humanos que comparten aprisco con ellas en las frías y románticas noches de agosto de la Alpujarra almeriense.
El tito Carmona continúa con su bellísimo trabajo dentro de la serie modelando todo cuanto personaje zooantropomorfo se le presenta a lo largo de la historia, ya se trate de protagonistas como de secundarios o figurantes, de modo que de ninguno de ellos su dibujo podría ser calificado de comedido. Reptiles, anfibios, aves, simios, perros, jirafas, roedores, gatos, leones, panteras, linces, y cualquier cánido o pezuñento mamífero en los que de primeras pudiéramos fijarnos están aquí dibujados al detalle, siempre dentro de la más amplia expresividad del diseño caricaturesco, para definir su personalidad y pasearse a lo largo de unas secuencias que se prolongan por escenarios amplios y prolijos en detalles sin llegar a resultar cargantes. Con la diferencia respecto a los esfuerzos realizados en anteriores tebeos de la serie de que estas detalladas ambientaciones ya no se atenúan o relativizan diluyéndose desde alguna viñeta de mayor tamaño y gran profundidad como las que podían dar paso a la introducción de una o más secuencias alrededor de las calles de una pequeña aldea o por el interior de uno de sus edificios. Todo aquel soporte visual y su importante trabajo de representación de la profundidad y la perspectiva se prolonga por viñetas que anteriormente habrían visto atenuado el delineado de sus fondos en favor de la agilidad narrativa por unas u otras de las acciones que llevaran a cabo los personajes. De tal forma que la actitud cautivante del ilustrador se vence solo cuando la intensidad de esas actuaciones entraría en conflicto con la concepción escénica, por ejemplo, abandonando los fondos en composiciones más económicas dentro de las que el simple cambio de la tonalidad de un color ya se bastaría suficientemente como sostén para la ambientación. Este muelle sobre el que se estiran las capacidades del dibujante como narrador se ve reforzado por un color inmersivo, a cargo del colorista Puzy (con separaciones de Tato Castillo), que nos mantiene preso con una resolutiva aplicación de los distintos tonos que va tomando la aventura. De forma muy medida y acorde a los progresos que la dramaturgia va imponiendo al quedar asentada la identidad de los personajes y echarlos luego a andorrear de uno a otro sitio hasta el desenlace de la historia.
En ningún caso puede pasarse por alto que la historieta se asienta sobre una narracción nada revolucionaria pero sí obcecadamente equilibrada que el tito Carmona y el abu Girón [5] han tenido en cuenta para su remodelación de la serie. Al modo de la producción de ese tipo de historieta orientada a lectores de doce a dieciocho años más tradicional y común dentro la industria francobelga. Una búsqueda consciente que no se queda en el añadido del color, el logro de un padrón arquitectónico rico y atractivo presente por toda la obra, o el abordaje visual de las vestimentas de los personajes junto a imágenes panorámicas que casi cualquier lector de historietas reconocería como propias de un álbum de Astérix. Esta nueva oveja samurái se adapta con desenvoltura a la formulación de dos bandas compuestas por dos tiras claramente organizadas y al número elevado pero más o menos regular de viñetas trasladando una mayor carga sobre la primera o última de las mismas. Todo está medido. Se distribuye forraje suficiente para no parar de reír en un buen rato y el tono resulta incluso mucho más aventurero que en los dos anteriores tebeos de la saga. Aunque los protagonistas todavía se reservan algunas sorpresas escatológicas, los efectos cómicos de este tipo se han rebajado. En cambio un recurso del que los autores prescinden por completo, al haber quedado limitada la función de Chito como narrador subjetivo únicamente a la presentación de la historia en esa especie de prólogo evocador que da inicio a la historieta, es la equívoca caracterización que surgía de contraponer mediante unas cartelas los comentarios del discípulo sobre la supuesta naturaleza espiritual de las lecciones y técnicas de lucha empleadas por la oveja samurái a los hilarantes resultados de las peleas y la algo rústica sabiduría impartida por su maestro. Pues más allá del inicio las únicas cartelas de texto de que se valen los autores poseen un mero carácter temporal y localizador. Tampoco concurren esta vez los indisimulados homenajes que en la forma de apariciones estelares llevaron a pasearse a Doraemon, Snoopy, Donald, o al pesado de Usagi Yojimbo, por las páginas de Bambú. Y esto más que un sacrificio constituye un auténtico alivio. La oveja samurái se vale por sí misma para captar la atención de los lectores.

¡Y venga a complicarse la vida! Con lo fácil que es plano medio a primer plano y ya.

Tras cumplir con un heroico incidente tabernario despachando de forma hilarante al matón del día, el greñudo y desaseado ronin y su escolar y bajito compañero unen sus caminos a los del príncipe Tedoi en el desafío impuesto por el sogún Sumo Isigo. Así que aupados en ese impulso que iguala a todos los guerreros míticos y legendarios de no enterarse de que va la cosa hasta que sus tripas hayan dejado de rugir, cual Hércules de la vida mismo o como unos saiyans del planeta Vegeta aquel que parió al Son Goku, Chito y su maestro la oveja samurái aceptan ayudar a Tedoi en su transformadora misión interior. Tampoco muy trascendente ni reflexiva, para que nos vamos engañar si a la altura del año fiscal por la que pasaban los editores el mes que lanzaron este tebeo no podían dejar de pensar en otra cosa distinta del recibo de la luz, pero que llevará a esta partida de temerarios en una trashumancia que ni caminito del héroe ni leches a lo largo de todos esos marcos naturales inmejorables y villas algo folclóricas del Japón profundo tantas veces fotografiados por Gauguin. Un viajecito de primera. Más o menos como si hubiesen contratado un paquete turístico en la misma agencia que Superlópez y Jan para sus historietas. Con palacios imperiales, rutas por mar, visitas a restaurantes de gran categoría y algún espectáculo para la ritualización deportiva, y sus buenos paseos por cementerios espectrales, valles encantadores y montañas nevadas bajo la guía de los tradicionales yokais y los clásicos ninjas asesinos.
La naturalidad del viaje durante su lectura pasa en gran parte por el sujeto pensante Fernando Girón, quien, gracias a su velludo y turgente cerebro, ensambla de modo perfectamente regular esta tournée acomodando la trama a la presentación y fin de cada una de las colosales tareas que los personajes emprenderán para concluir su aventura exitosamente hasta la transición que en forma de humorada fecal recurrente promueven unas palomas mensajeras entre misión y misión. Ratas del aire [6] de las que se sirve el pérfido Tekito para estar al tanto de los progresos de sus adversarios por unas viñetas, o, en algún caso, secuencias, que hacen las veces de pegamento entre unas y otras de las tareas heroicas del grupo de protagonistas. En unas jornadas que podrían haber pasado por capítulos dentro de cualquier vieja revista de historietas, en otros tiempos, claro, pero que el guion de Fernando Girón encauza sin las reiteraciones o saltos narrativos excesivos con los que tantas veces se acababa solucionando la papeleta en esta modalidad de historieta humorística de cariz aventurero. Aquí el guionista maneja el tempo narrativo que cada escena impone a las situaciones según los personajes que intervienen en ella y acomoda algún punto de inflexión pendiente al añadido crucial de aquel gag que dará solución al problema ante el que se encuentren los protagonistas. La prioridad de estos es tan sencilla como superar cada uno de los contratiempos y obstáculos que van encontrando a la hora de convencer a los distintos Maestros de que se dejen tatuar por el príncipe Tedoi, y que este no acabe así por tener que suicidarse ritualmente dejando paso libre a su hermano Tekito hacia el trono, esas trabas estarán relacionadas con una profesión o dedicación diferente y se presentarán bajo una dificultad cada vez mayor. Maestros de la cocina, el forjado de espadas, la confección de kimonos, y, finalmente, de la guerra, representantes pues de actividades desarrolladas no solo por su utilidad o valor artesanal sino bajo una dimensión artística que el samurái estaba históricamente obligado a apreciar y favorecer tanto para sí mismo como para el conjunto de sus compatriotas. Detalle de que los autores españoles no hilan menos fino al enredar con el universo japonés que los promotores de las archifamosas rutas turísticas de Astérix y Obélix respecto a otros países.
Si algunos de los gags visuales y confrontaciones físicas permiten al dibujante piruetear descomponiendo la estructura de página sostenida de forma más regular dentro de la obra, como en aquella página cuarenta y nueve a la vez vistosa y ejemplo de síntesis mediante la que se plasma la consagración como yokozuna de la oveja samurái al abandonar los recuadros de las viñetas por un bordeado de los contornos en la forma de grecas u orlas delineadas a partir de las líneas cinéticas que sirven para ir encadenando los combates de sumo que el protagonista sostiene con distintos luchadores a través de sus golpes decisivos, la construcción de las conversaciones y la naturalidad con que se suceden sus diálogos hacen del laboreo de la palabra marca diferenciadora del trabajo desarrollado por Santiago Girón en La senda del tatuador y por toda la serie. El divertimento verbal de su ciencia onomástica solo encuentra parangón dentro de la historieta española en lo mejor de la ludolingüística popular y chocarrera de una serie de historieta muy anterior, y totalmente ajena a la esfera japonesa en la que se regodea el guionista almeriense, Sir Tim O´Theo. La creación de este léxico humorístico, articulación deportiva del verbo que va de lo jocoso a lo mordaz, es un recurso tan olvidado como menospreciado incluso entre los autores que aún se plantean la historieta humorística dentro de parámetros que diríamos nostálgicamente bruguerianos en su aspecto gráfico y desarrollo argumental. Será quizás que ya ni se juega ni lee lo suficiente. Y así, ¿quién va a querer jugar leyendo? Esperemos que la influencia de La oveja samurái alcance por lo menos a la actual historieta infantil española, tan pobre y parca en imaginación para sus diálogos y el modo de presentar sus mundos y personajes a través del elemento textual que permiten globos y cartelas, y más autores encuentren en las distracciones del verbo y sus equívocos una bisagra para sus creaciones. Como es habitual, confusiones y diálogos absurdos están a la orden del día en este tebeo. Pudiendo destacar la conversación que mantiene la oveja samurái con el jefe de los captores del buenazo de Tedoi, cuyo canje se soluciona antes incluso de que la oveja y el mafioso logren llegar a un acuerdo y desenredarse de tantas palabras sin sentido como llegan a cruzar entre los dos antes de darse cuenta de que el dinero del intercambio ya está en manos de los secuaces y el secuestrado libre junto sus aliados y amigos. Por más que conocida, una secuencia rocambolesca la mar de salada y ocurrente.

Por menos que esto se han escrito tesis sobre la influencia de W. Fernández Flórez en el cine.

Con esta historieta cómica de corte aventurero Fran Carmona y Santiago Girón (deshidratados como nunca) parecen haber acabado de tundir el lienzo de la historieta definitoria de La oveja samurái y conseguido su particular El sulfato atómico. ¡Fuerte... ¡esos aplausos, más fuerte! Oh-oh-oh-oh. Oh-oh-oh-oh. Everybody was kung fu fighting...— Una vez cortados con los dientes algunos flecos, se aprecian todos los puntos del nuevo bordado de los autores y la calidad de la lana cien por cien natural de la serie con los que el editor ha tricotado un señor tebeo de ochenta y ocho páginas impresas en color con encuadernación en cartoné y guardas ilustradas de esos de los que hacen una vendimia de dineros entre las buenas gentes de la bande dessinée francobelga. 
La senda del tatuador, un tebeo de entretiempo que sacaremos para releer y volveremos a colocar en las estanterías de nuestras tebeotecas por varias veces a lo largo del año. Para reír con esa finura del humor tirada a brochazos que opera en la oveja samurái tomando el valor y la serenidad de los imperturbables guerreros japoneses por la carga alegórica y metafórica con que asumimos el comportamiento resultado de la domesticación de la res ovina. Y, claro, muy particularmente por su parecido a los ronin, los más descarriados, andareros y trashumantes de entre los samuráis, con quienes comparte esta oveja su querencia por los piojos. Aparte de todo lo que no suele contarse sobre el camino del samurái y todas las agonías y peculiares suplicios que arropaban a aquellos guerreros japoneses sin amos ni dueños que los cabalgasen. Qué cosas... es fácil deducir el atractivo de este personaje entre el montón de locos que se apuntaron al concurso planteado por Fran Carmona a través de redes sociales para la creación de un ninja zooantropomorfo que el dibujante después pudiera sumar como un secundario más a su historieta, en concreto, como parte del plantel de sicarios de la Escuela de Aton Tao. Finalmente, tal fue el éxito que, además de estos tres estrafalarios ninjas (creación de: Edu Herbosa, Werner Sánchez y Alejandro Ortega), acabaron por incluirse como figurantes muchos otros de los personajes que no resultaron ganadores; todo ello se aprecia en la sección de extras, y, junto a este complemento, que integran un pequeño texto, algunos bocetos y estudios de personajes, también se agasaja al lector con una breve historieta de cuatro páginas.    
Ahora toca comerse las uñas, que estarán bastante largas si habéis llegado aquí sin hacer trampas, y marcharse a la cama en ese estado de privación y desamparo que nos envuelve por no saber cuándo volverán nuestros amigos a salir disparados hacia las cañadas editoriales para que podamos ver más papel impreso con nuevas aventuras charolesas de la oveja samurái y su sin par discípulo. 

¿Alcanzarán por fin nuestros héroes a la Oveja negra en su camino de venganza? 
Y, lo más importante, ya que a todos aquí nos chifla eso de masticar mazorcas de maíz a dos carrillos, ¿a qué hora quedamos para empujar por el hueco de un ascensor al historiador-asesor responsable de que la oveja samurái se haya pasado a las nueces? 

Críspulo Ruinas, jugador de damas y destructor de mundos federado.

P. D. Como podría haber dejado escrito la oveja samurái en el Go-rrin no cho o Libro de los cinco bocadillos para comer con palillos: "A falta de planes, buenos son tebeos.".

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BIBLIOGRAFÍA:

La Biblia, edición Absolute Black Label de ECC (con su botellita de anís y chapa de Batman); del Génesis al Libro de San Pancracio y las Cartas a los gamusinos.
El cómic es esto, de François Groensteger.
Mi vida sin la oveja samurái. La novela gráfica de la película, de Javier Sánchez Múñoz. 

NOTAS PORQUE SÍ:

[1] A este respecto resultan esclarecedores los estudios fotográficos de identificación fisionómica que el docto tebeísta y coleccionista de dedicatorias Críspulo Ruinas pudo adquirir a lo largo de los últimos cuarenta años en sus visitas al festival francés de Angulesma. Documentos inestimables para cualquier estudio sobre la emigración laboral de nuestros artistas, donde mejor consiguen ser apreciadas todas esas operaciones estéticas a las que los editores francobelgas obligan a someterse a los dibujantes y guionistas españoles que aspiran a desenvolverse profesionalmente en el seno de un mercado tan exigente artística como comercialmente. Tal es la realidad, lo quieran admitir o no los autores ya insertados en el seno del mercado francobelga, el peaje de entrada a pagar implica sacrificios físicos y personales mucho más importantes que el ajustarse o no a una estructura narrativa y composición de pagina concretas. Estas fotografías, cuyo cotejo seguramente constituya el más riguroso y amplio estudio existente sobre el tema, permanecen a la espera de su próxima publicación en forma de catálogo por parte del Ministerio de Tebeos y Yincanas. No obstante, todavía podemos consultar en línea algunas de ellas gracias la página personal de este revendedor en Chollocolección:

https://www.chollocoleccion.net/tienda/críspulotebeosyfotosdedicadas

José Luis Munuera, Éditions Dargaud, puntos de aplicación de bótox.

 

[2] Todo eso último que hemos leído lo va a acabar copiando una IA y así, en muy poquito, se tomará por cierto replicándose en un reportaje de El País. O de Lecturas. Luego en el catálogo de alguna feria suiza de bande dessinée desde el que ya saltará directamente a un artículo en la revista CUCO, cuadernos de cómic con el que por añadidura nos harán el descubrimiento de que la oveja samurái y sus creadores compartieron un único testículo con Francisco Franco. Al igual que, según ya nos aclararon estos académicos, el pobre Eduardo Vañó y sus Roberto Alcázar y Pedrín junto a todos los cuadernillos de aventuras; excepto Spiderman, claro, que aún traduce un amigo y es un cuadernillo porque lo dice él y ya está.

[3] LISTADO ACTUALIZADO DE MOROSOS: Hermenegildo Rupiérrez de Pastro y López de la Castaña (calle Mortadelo 16, edificio del Besugo 88 dcha.; Rubia de los Alcorcales), 5 euros más 2 rupias de demora; Julito José Iglesias Junior (esquina de Avenida del Fari con calle Moluecas, Finca 3; Madrid), 5 euros más 2 rupias de demora, y, por guapo, una lata de sardinas; Adolfo Suárez Illana (caseta del perro (sin número) del Palacio Real de Madrid), 5 euros sin las dos rupias de demora para que puedas comprarte una cerillas y ventilar el palacio, que el olor a pedo debe de ser morrocotudo con tanta sopita y acelgas como cena esa gente; y Pablo "el Cachillas" Motos, que ni es socio, pero por si cuela (Telecinco o Antena 3, ¿no son la misma casa?), 5 millones de euros y el resto en cocaína de esa revenida que se os cae por todo el plató y a nosotros nos va a venir muy bien en nuestra parada de la Herodes Comicón madrileña.

[4] La verdad es que no imaginamos como Pedro Cifuentes piensa introducir los tebeos  de La oveja samurái dentro del  currículo escolar como tema para sus aulas. Pero a pesar del rédito económico que podría suponer para Grafito editorial y sus autores llegar a convertirse en objeto de controversia pública y ascender así a las páginas de sucesos onomatopéyicos en prensa y servicios informativos de radio y televisión, esperamos que las asociaciones de padres católicos hambrientos de fama, con ayuda de miembros de la ACDCómic afines a la ultravigilancia moral, estén al quite para que ningún grupo de escolares llegue a idolatrar a Chito y a su maestro hasta el punto de imitarlos en sus algo inconstantes hábitos de salud e higiene. El descrédito para el medio de la historieta en todo el estado español sería inmediato y, con seguridad, llevaría a la ruina económica al sector en su conjunto. Y al paro a los más de veinte operarios que diariamente se ocupan en la incineración de tebeos. O, en dirección opuesta, dotan de legalidad a su posterior y callado trasiego hacia tierras lejanas.  

[5] Puede que lleguemos siempre tarde a la repartición de las copias de prensa, pero jamás nos podrán quitar la indignidad de ser el único medio que se vende por una caja de pimientos. ¡Una sola caja de pimientos tocados! (Supera eso, Marhuenda.)

[6] Una vez más debemos lamentar las carencias presupuestarias con las que afrontan los historietistas españoles la producción de sus obras. También las economías de sus rácanos editores de Grafito editorial que con toda seguridad aquí le negaron al talentoso dibujante español unos pocos dineros con los que costearse la contratación de un par o tres de supermodelos japonesas como las que Goseki Kojima utilizaba para tomar apuntes del natural durante las largas sesiones de dibujo que luego le servirían para plasmar en las páginas de El lobo solitario y su cachorro esos cuerpos esculturales del ejército de las asesinas llamadas pajaritos que sirven a Abe el feo de similar manera a las palomitas ("¡Ratas del aire!") que en La senda del tatuador utiliza Tekito para enterarse de todo sin moverse de palacio. Se nos rompe el corazon imaginando al pobre Fran Carmona sentado en un banco del parque en pleno invierno con un currusco de pan en una mano y un lápiz mordido y una servilleta de papel en la otra. 
Ahora lloraríamos de poder permitírnoslo, pero hace medio año que la garrafa de agua de la redacción no ha sido repuesta y no estamos muy por la labor de morirnos por una deshidratación. En el convencimiento de que una muerte mucho más heroica nos aguarda quizás, por ejemplo, durante una avalancha bajo las suelas de los zapatones tachonados de una marabunta de otakus a las puertas de un Salón del manga cualquiera. Como dijo Ambrose Bierce, "ser un coleccionista de Pumbys en el Expotaku; eso es eutanasia.".

OTROS ARTÍCULOS Y LIBROS DEL AUTOR A LA VENTA O EN ALQUILER:

- 13, Rue del Percebe. Reverberaciones del triunfo de la vivienda en propiedad durante el posfranquismo e influencia del cigüeñal narrativo-vertical del Pórtico de la Gloria en la gramática brugueresca; artículo para el número 3.348 de la revista en línea El Garbanzo gris.  
- Posthumanismo y emergencias andróginas en los cuadernillos de aventuras vallisoletanos; artículo para la Gaceta de Estudios Culturales de la Facultad Vulcanológica de Petrogrado.
- El valleinclanismo radical de Superpatata; artículo para el número noveno de Cuadernos para aplastarlos a todos, magazine cultural del Real Casino de la Fuensagrada.
- La insurgencia de la serie Pumbita como paratexto y suberificación contrahegemónicos; en Tebeosfera Quinto Piso, Portal 6.
- La revista Pumby, un proyecto de fascistización de la infancia; libro de la Colección del descalabro núm. 8 (Astiberri ediciones).
- Frank Miller sobre el alambre de Eurídice. Ninfas, pistolas y hombrecillos amarillos; libro de la Colección Trasnochados núm. 2 (Dolmen editorial).