martes, 31 de julio de 2018

Tomad bambú

¿Cuál es ese extraordinario delirio que nos lleva a identificar o a nombrar una obra como imprescindible? ¿Servirá como un documento de identidad, un signo de reconocimiento para marcar territorio?

Permite, tal vez, si no son demasiados, que una docena o dos de lectores y autores se sujeten el pico recíprocamente en un beso y disimulen el magnético atractivo de los bostezos a los ojos más mortales y comunes de algún otro partido de consumidores de historietas. Como si a su vez estos últimos no fueran a ser capaces de salir volando tras los pechos, las caderas o los muslos de otros tantos tebeos imprescindibles y bostezar para mostrar de una sola vez todo el atractivo coloreado del interior de sus picos a quien quiera verlo. Y alguien querrá. Siempre quieren. Ya fuera del museo, aunque también en desorden, todavía quedará quien compre y lea tebeos sin razón alguna, por el puro placer. Cuando menos unos pocos conocidos (no muchos de entre una multitud a la que interesadamente se quisiera imaginar ciega y aturdida la mayor parte del tiempo) con los que los editores puedan contar para ajustar sus tiradas y que estas acaben de aproximarse de la mejor manera posible a lo imprescindible, sea lo que sea de lo que se está prescindiendo entre una parada nupcial y otra.


Quizás sea verdad que en el pasado los prados sostenían preciosas olas verdes mecidas por cálidas brisas y que nubes blancas contrastaban perfectas sobre un cielo azul, limpio... si bien lo último que Ominiky ediciones ha dejado salir al prado no sea una rata con bíceps de toro o una aspirante cañón a dibujante de tebeos, sino a un personaje mucho más insólito y borreguil. Que por segunda vez, según consta apuntado en el apiaradero del editor, aunque nadie lo crea, cruzará las mojoneras de las librerías especializadas donde se van a exponer a la venta sus carnes en forma de unos libros de historietas que acabarán colgando de los arruos y los anaqueles de manera que se pueda leer: La oveja samurái 2: Bambú. Título por el que responden como únicos capitanes de tijeras y moreneros Santiago Girón y Fran Carmona, de un lado al otro, guionista y dibujante, encargados de migar las sopas en esta suerte de la trashumancia heroica que llega así a su segunda entrega salegada con el mismo diseño que ya mostrara el primer libro. Y que en algo recuerda a ciertas portadas de la serie extranjera Usagi Yojimbo por la composición de la ilustración doble que dibuja el mismo Fran Carmona para sus cubiertas, con la oveja samurái flanqueada por una multitud de los enemigos que va a enfrentar en este accesible tebeo. De edición tan cuidada y digna (cartoné (24 x 14) de a 16,5 euros) que ya ha conquistado para esta producción nacional una cierta marca distintiva que la hace destacar de entre el resto de novedades. Gracias a ese blanco y negro sobre color que, como en un bajo relieve, confiere a una serie todavía de reciente aparición dentro de la historieta española un carácter único y reconocible como el que podría lucir cualquier otra colección más longeva o consolidada en nuestro mercado y en la conciencia de los consumidores.
Pese a haber transcurrido casi tres años entre la salida de la primera entrega y este su segundo número, no obstante, media entre ambos un universo bien delimitado gracias a un discurso gráfico pleno y la consolidación de algunos pocos personajes secundarios ya recurrentes en la serie con que mantener la continuidad entre dos aventuras que resultan ser independientes. Y, en verdad, se desenvuelven por su propia cuenta sin que el conocimiento de una y otra historia parezca imprescindible para pasarlo bien y divertirse con ellas.




En Bambú la oveja samurái y ese discípulo suyo tan bajito y peludo que le han ahijado y responde al nombre de Chito, se asemeja a un mono y, ciertamente, parece haber sido dotado de la expresividad y el candor de una pequeña cría de chimpance, lo certifique un verdadero crítico de cOmics de los de carné o uno de los sudorosos jornaleros preuniversitarios que trasiegan con huesos en Atapuerca, enfrentan un tipo de aventura muy distinta a la anterior. La acumulación de gags a cada cual más chocante y absurdo con que se revestía aquella peculiar jornada del héroe toma una estructura narrativa más clásica o episódica (menos mortadeliana [1]) y acorde a la extensión de la obra en que se ocupan los autores. Pues ya en el primer número se superaban de largo las cien páginas, contando ciento dieciséis este segundo. Son ahora los personajes y tipos comunes al cine de artes marciales y el clímax que conseguían cualquiera de las viejas películas de los años setenta y ochenta en las que un chino apareciese repartiendo tortazos en mitad de un atropello violento de piruetas inimaginables, continuas llamadas a la "sed de justicia oriental", y gritos a veces no demasiado varoniles, los que se acomodan aquí como las nuevas herramientas que acompañarán a una pareja de protagonistas tan llenos de vida, actitud y personalidad como cuando nos complacieron por primera vez gracias a la calidad de su diseño y dibujo. Y que en esta ocasión las van a pasar canutas para ganar a los malos.

























Una nueva aldea de ciudadanos indolentes amurallada por la firme vigilancia de los secuaces de un detestable y genial villano es el pequeño mundo sobre el que se organizan los elementos que hicieron notable la serie desde su inicio. Composición y juego con el espacio nos mantendrán en esa aldea hasta el final gracias a un equilibrio difícil, en el que se trata de aunar el dinamismo de las figuras zooantropomórficas y una gran caricaturización con algunos escenarios que son representados al detalle en no pocas ocasiones. —Y con lo que me ha costado escoger las imágenes que acompañan la reseña, y recostar el tebeo sobre el escáner sin que se destrozase del todo, estoy para que me contradigan; así que mucho ojo con lo que se vaya a comentar sobre mi blog por las cumbres pintadas de guano del Buittrer y esas tapias de Fasteburro manchadas siempre de graffitis chungos y loas a los Borbones y la Herodes Comic Con.—. De un modo más impresionista, como es lógico, los gags y otros golpes de efecto se resuelven sin pudor mucho más contundente y emocionalmente que en esos Spirou que todavía compra la gente mayor [2]. Como casa con quien es el redactor final de las legendarias hazañas de la oveja samurái, pues sus ojos, enormes como los del más vulgar mono japonés (incluso comparado con uno de los dibujos del célebre mangaka que licencia con gran naturalidad y frescura Astiberri en nuestro país, Miratoo Kemono), ya conocen la historia. Así, continuando la tradición iniciada en su anterior crónica, con toda la lección moral y la risa de un tiempo menos inmemorial que el realmente transitado por la oveja samurái, nos ofrece el mono la cómica narración sobrepuesta a través de las cartelas con la que puede apreciarse el contraste entre el aprecio desmesurado del discípulo por las técnicas marciales y la sabiduría que se desprende del amamillo de su amado maestro y lo delirante y descacharrantemente zafio que en realidad pueden llegar a resultar esas lecciones y golpes mortales. Como otras diatribas filosóficas que solo atienen a los verdaderos seguidores del zen de la montaña sobre si puede ser conveniente o no lavar la ropa interior de un guerrero japonés sometido a los rigores de un mes de ascesis de aseo e higiene personal.    
Mientras se lee esta historieta resultará imposible evitar la impresión de que los protagonistas se tratan en realidad de dos sustitutos de los autores. Aunque no podamos contar con una gota de tinta ni una misera rayadura de grafito que certifiquen la cantidad de ADN que comparte cada bicho con sus creadores. De la misma manera, tampoco sería del todo extraño imaginar que el malo supremo de esta película se correspondiese con el de otra figura real igual de anómala e hilarantemente grotesca que el propio Lord Hammon de York. Y, una vez descartado el editor, que, a la postre, es quien va a soltar la pasta en este negocio, solo queda creer que Federico Trillo (aquel famoso soldado hondureño reconvertido después en embajador español) hiciera la gracia de haber posado para Fran Carmona por cinco minutos que fueron suficientes para dramatizar jocosamente a un diplomático colonialista al servicio de su Majestad británica.
Seria y comprometida como es esta historieta, guionista y dibujante no se han olvidado de ajustar cuentas con todo cuanto bicho o personaje animalesco pueda resultar hoy motivo de lucro mayor para sus creadores originales que la oveja samurái lo viene siendo para estos dos futuros premios nacionales desde su creación. (Y tratándose de un galardón anual con un reglamento tan restringido como el del Premio nacional del cOmic, sería fácil que eso acabara sucediendo a poco que la gripe española volviese a hacer estragos en el país o suba todavía más el recibo de la luz. [3]) Entre la familia de los Gumballs, esos dos parias de Historias corrientes, y un Atlas y un Axis, suman una cabaña de por lo menos cien cabezas célebres de la historieta y la animación internacional, aunque también se apropian para acabar de dar lustre a toda esta historia de los cameos de otros personajes menos influyentes y desprotegidos por las leyes del copyright o los grandes bufetes de abogados como el Capitán Perrillo y Trizia, de Juan Manuel Beltrán y Pedro Pérez, a los que dotan de cierto protagonismo. Seguramente con el único fin de emborronar más páginas y justificarse ante los editores. De este modo se nos muestra a una Trizia más felinizada que en manos de su creador, a la que le han cambiado los bártulos de aspirante a dibujante de tebeos por los de pintora de cámara de Lord Hammon de York y su nombre original por el de Lady Patrizia Thomapanimoha. El editor seguramente ni se ha enterado de esto último.
El esperado enfrentamiento entre la oveja samurái y su homólogo estadounidense Usagi Yojimbo —que a tenor de las comparaciones establecidas por la crítica española con la oveja samurái debe tratarse de una tira humorística distinta de las pesadas aventuras históricas creadas por Stan Sakaien forma de otro afortunado cameo, responde a las expectativas de quienes pasamos de la vida y milagros de ese amigo de las tortugas ninja. No obstante, siempre sumamente complacientes con el sector mayoritario de los aficionados, y por razones todavía más comerciales y lucrativas, Fran Carmona y Santiago Girón le otorgan a Usagi Yojimbo una última oportunidad de lucir sus habilidades como contendiente de la oveja samurái en un duelo de espachines dentro de la sección de extras. Un apartado del libro que se completa con dos historias conclusivas de género autobiográfico y enfoque megalomaníaco junto a varias páginas de ilustraciones especiales y estudios de personajes con las que volver a rellenar más páginas y justificarse ante el distribuidor y los libreros. Puro mefistofelismo editorial.


Fotografía real de los autores tomada durante una sesión de firmas.


Estamos pues ante otra obra imprescindible de entre las treinta o más que se amontonarán en los listados de lecturas esenciales a final de año (con el inconveniente de haber prescindido del logotipo de Astiberri en sus cubiertas), que no puede por tanto dejar de recomendarse vivamente. Aunque solo sea por ocupar espacio en nuestra tebeoteca espiritual y salir de la lista de los vagos y maleantes carcas nostálgicos de toda la vida. 
En fin, una obra en la que Fran Carmona brilla o se ha dejado los ojos, que al final viene a ser lo mismo; si no, mira tú cómo salen de las discotecas los chavales a las seis de la mañana y compara su foto de perfil en Instagram a la de cualquier otro muchacho seguidor de esas verbenas documentales de mecánicos estadounidenses de la tele— con un laborioso empleo del tramado que conseguirá alejar la idea de colorear o completar con otros trazos las viñetas de este tebeo incluso entre los más pequeños de la casa. Lo que asegura la inversión y justificará su coste para más de uno en estos días veraniegos en los que la natalidad se dispara entre los coleccionistas. Tampoco olvidaremos a Santiago Girón, que ha estado aguantando todos estos años al dibujante hasta conseguir el logro inimaginable de convertir lo que con seguridad no era sino un esbozo delirante arrendado de alguna película hongkonesa semidesconocida cuyas últimas copias los editores de Ominiky se habrían encargado de destruir en una historia con principio y final. De una proporción ajustada entre planos generales y americanos tan perfecta que incluso en este pequeño formato panhispánico del 24 x 14 sería posible colarles la serie a los exquisitos lectores francobelgas. Y más entre sus niños (franceses o belgas, ¿quién podría distinguirlos si no es por el olor a cruasán o a patatas fritas?) y el resto del espectro infantojuvenil, que allí abarca de los doce a los noventa años de edad, más proclive a llorar de entusiasmo ante un argumento simplista recargado de risotadas y alegrías en el que unos niños de formas animales esperan ser liberados del secuestro y el trabajo esclavo al que les somete el diabólico canalla de turno. O a que ver cómo se las apañaría un traductor de allá para pasar al francés nombres como los del ronin Tokomocho y los ninjas de la escuela de asesinos de Aton Tao sería  una justa revancha por todos los traductores españoles que han caído traduciendo Astérix en nuestro país.
¡Pero benditos los reinos donde todavía sea posible leer por leer! [4]
 

[1] Cocreta, almóndiga, gallego, novela gráfica... pero no les queda espacio para añadir Mortadeliano. Luego se quejarán si nos quitamos el braguero y lo quemamos en público para escandalizarles. ¡Qué vivan los quioscooos! 
[2] Es que tienen más letra que estos tebeos españoles. 

[3] Lo mismo si empiezo a denigrar los tebeos y autores que me gustan acaban dándoles un maldito premio. 
[4] Voy a ver si me acerco y logro volcar uno de esos camiones de bande dessinée que cruzan los Pirineos.

7 comentarios:

  1. Dudo mucho que el tebeo sea la mitad de divertido que esta reseña. ¿Para cuando el premio nacional al reseñista desconocido?

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    1. Se lo mmerece sin duda, leñe. Lo de volcar camiones de tebeos franceses es impagable.

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  2. Ya me comnformaría con un cruasán o una patatas fritas en vez de un premio.
    Pero la oveja samurái es el personaje español más atractivo que se ha creado en lo que va de siglo.

    Ismamelón Sobrino

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    1. Necesitamos tu dirección para enviarte otro jamón 5 jotas, Ismael.

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  3. Decir muchas gracias no es suficiente aunque esperamos que sea eficiente. Fran y yo te prometemos que si nos dan un premio te cederemos el 20% sin cargas fiscales. Ah, y dice Fran también que cuando yo me haga rico y me canse de hacerle los guiones de la oveja, pues que ya sabe a quién se lo va a proponer... resalao.

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    1. Bueno, pero yo soy de la escuela de Stan Lee. Lo que mejor se me da como guionero es poner el nombre por encima de las historias y los dibujos de otros.

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Desde aquí hasta el final todo es cuneta.