martes, 5 de marzo de 2024

El Judoka, superhéroe y brasileño.

  Más allá del espacio vigilado por los guardianes españoles del superheroísmo yanqui existió un vaso hermético irradiador de maravillas por medio del cual algunos preconscientes editores y artistas brasileños acertaron a proyectar los modismos que, en torno al atractivo de las artes marciales, también tostaron la fama de ciertos personajes y cabeceras del ámbito del comic book estadounidense. Allegreto de gran sencillez, vida y juventud, capaz de encarnar un ideal de supervivencia para aquellos escogidos lectores siempre pendientes a eternizarse en pos de fórmulas antiguas y paradisíacas.

La atracción y el misterio nos llevan a preguntarnos por esos primeros tebeos de artes marciales que fueran populares durante los años setenta, en Brasil o en cualquier otro lugar, pero de los que realmente solo unos pocos habrían alcanzado a ser objeto de aquel pertinente rescate editorial que suele conducir a una justa reivindicación de sus creadores. Enseguida salta a la memoria la serie Master of Kung Fu de Marvel comics, como ejemplo más representativo, así da comienzo la lucha por examinar bajo qué requisitos de aceptación y popularidad no encontraríamos merecedoras de un parecido interés la labor de otros muchos artistas y algunas otras obras igualmente adscritas al subgénero de las artes marciales que pudieran haberse desarrollado en países cuya tradición historietística continua siendo ignorada dentro del xenófobo sistema editorial español. Y que sin duda continuarán veladas para su cautivo público de forma indefinida mientras estos lectores rasos no se decidan a rebelarse contra el encubrimiento de la falta de valía de una estirpe de divulgadores y críticos cuya única utilidad ha sido siempre arropar las decisiones de editores extraviados por los meandros de la segregación cultural más tosca e infamante. En una labor por siempre tan retorcida como inútil. Casi hasta fundar una tebeolatría postiza e interesada que daría vuelo a la vanidad de esos mismos editores y de los divulgadores a su servicio gracias a la abyecta disposición de estos últimos a la hora de presentar como logros las evidentes carencias por las que se han venido conformando los catálogos de la mayor parte de las editoriales españolas. Naturalmente, bajo pretensión de tratarse del resultado de una serie de elecciones lógicas y plenas de sentido, como consensuadas con el propio público, que mejor se ajustarían a los deseos de los lectores aficionados en cada momento. Es de estos rescoldos delirantes, avivados al calor de ramplones raciocinios y fantasías febriles, que unos simples vasallos del editor consiguen pasar por mediadores y desvirtuar con su impertinente falta de escrúpulos la recepción y el conocimiento de un variado y distinto conjunto de autores en un mercado cada vez más restringido a las incapacidades de sus editores. Responsables por haber malogrado también cualquier oportunidad de instaurar una selección de títulos genuinamente espontánea, que no responda al gusto, la premura o las necesidades de consumo, impuestos por editoriales extranjeras dentro de sus propios países. Así, sin misterios ni intervenciones sobrenaturales, es como se ha venido conformando el mercado español de la historieta hasta devenir en un baratillo de intermediarios. Un espacio lector más acostumbrado a afilarse sobre los huesos de un público extenuado que capaz de llegar un día a esponjarse en remudados y fluctuantes espacios como los que la aristocracia del cOmic soñara para sí misma el día que publicó su bando contra los lectores leprosos de tebeos; la nota de repudio pensada para liberar al mundo de todos esos monstruos sacrílegos que por algún malhadado accidente todavía se encontrasen en condiciones de diferenciar un cuadernillo de aventuras de un comic book. O entre una vieja novela gráfica de baratillo como las que otrora abarrotaban los quioscos y uno de esos libros de historieta abombados por la chispa irracional de cualquier moderno editor. Marca de una historieta ya siempre a remolque del prestigio y la rentabilidad de los pocos empresarios editoriales y las asociaciones comiqueras destinados a contornar las limitaciones intelectuales (y quizás hasta emocionales) de una mayoría de lectores españoles. Convencidos mesméricamente de su superioridad ante el resto de aficionados a la historieta en el mundo, una nueva raza de sabios espartanos, altos, guapos y rubios, aunque incapaces de algo más que el aplauso a una mano en esa recepción protocolaria cumplida de vítores y felicitaciones que jamás asegurarán la adquisición de los escasísimos lanzamientos relacionados con cualquier autor verdaderamente significativo para el rescate de la memoria de la historieta nacional. Esos pocos tebeos, o libros sobre la historia del medio, que jamás constituirán una prioridad para un público aherrojado a los pies del editor español. Y ni hablar entonces de otras obras cuyo origen no se circunscriba al canon de aquella segregadora historia universalista de la historieta que sufrimos desde antes del tiempo de Toutain. Tan voraz y necesaria para dotar de credibilidad al comercio morrocotudo que acarrean los matrimonios horrendos entre editores y divulgadores en la actualidad. Por lo demás, esta estructura casi nunca será denunciada por críticos o historiadores, de modo que todavía se nos pueda seguir ofreciendo a modo de sudario para coleccionistas por muchos años más. Y lo hará según mecanismos y procedimientos bastante burdos, siempre al hilo de hitos y mitos esenciales, con toda la generosidad que facilita el desvelo en la pura brega mercadológica ejercida desde una bien conocida y cachonda coalición de gatekeepers: la ACDCómic, culto mistérico de repartecarnés bajo patrocinio de la ultraliberal empresa gestora de conocimiento Whakoom. 

Por supuesto, los integrantes de ese y otros subgrupos de inválidos infraseseres desconocen la existencia de la serie O Judoka. Tanto o más que la preciosa y difícil labor que la Editora Criativo viene desarrollando en torno a la memoria de la historieta brasileña. Pues hablamos de unos enceguecidos neoliberales amigos de la compañía Whakoom que tenderían a presentarse gracias al estropicio de las redes sociales como el típico votante de la izquierda reformista española, es decir, aquella que resulta admisible en las tertulias de la tele. A veces acompañados de algún artista capitalizador de decorosos sentimientos y virtudes morales, quien además se tendría por el último simpatizante titular de alguna clase de anarquismo intangible, aunque, ya en la superficie de su alma pelada, no resulte tan distinto de esa otra nada mística de corte individulista que resume las vidas también singulares y amontonadas de editores de derechas o autores creyentes en la fe del autónomo entre los que se reparten esta tierra de desgracias y potencias cosmocráticas referida por todos ellos como mundillo. Mercado sin reino donde nadie debería esperar que le tengan por miraculum homo. Ya que presentarse como ese ser de en medio, que se encuentra a mitad de todo y nada, simplemente un lector de historieta aficionado que tiene el arrojo de comprar tebeos cuando cree que la ocasión lo merece, vendría a significar en realidad muy poca cosa para los estándares de libertad conservadora que la chusma elegante de la cultura pop puede permitirse sin llegar a desestabilizar sus adocenados comportamientos de manada.

"Desde esta columna de hormigón, una vez más recuerdo para mis dolientes y abandonados hermanos coleccionistas de Pumbys y piadosos seguidores de otras sagradas lecturas, tales como la revista Barbarian o los tebeítos sicalípticos del genial Pirrón, que muy pronto habrá de llegar ese día en que la gran calva totémica de Ibáñez esplendor se alzará por última vez sobre el mundillo cegando a todos nuestros enemigos para que podamos deleitarnos con su carne.
Esta promesa de un nuevo estado paradisíaco no ha de evitar que volvamos a advertir a nuestros hermanos diabéticos e intolerantes a cualquier cosa de las muchas molestias intestinales que acarrea la ingestión de los grumos sebosos albergados en el cerebro del divulgador de medio pelo así como la manducación de las pelusas que por sustancia gris han desarrollado individuos prescriptores de cOmics de tan singular constitución como Pedro Ponche y la bandería junto a la que hace campaña contra el buen nombre de la historieta.
Moderación, hermanos, y bicarbonato. ¡Echad bicarbonato a ese adobo!".

Carta de Monseñor Tebeófilo II a los Hermanos Catalizadores Intericónicos del Sagrario del arrope comiquero. (Extracto del editorial al número 55 de la revista cultural Comicmanía. Especial primavera: La novela gráfica contemporánea revelada.)  

RAZÓN A ESTE VIAJE: 

Las capacidades extracorpóreas de los redactores de esta gacetilla ya de por sí extraordinarias se han visto recientemente potenciadas por la instalación de un remanente de tuberías de plomo cedidas por Ferrovial S. A. que suministra agua libre de comunismo a nuestra redacción directamente desde los EE. UU.. Así comprobamos que otra vez más suerte e inteligencia se entrecruzan y se confunden en el camino que estamos recorriendo junto a lectores y amigos hacia la monumental colisión cósmica. Y ahora ya, superada la inicial reticencia de algunos de nuestros reporteros a dejar de fumar junto a los grifos para evitar el poder deflagrador del agua libre de comunismo rica en gas servida por Ferrovial S. A. a coste de agüita carbonatada de Oslo, estamos por fin en condiciones de traer a nuestro diverso e insustancial público de siempre [1] noticias de un pasado vigorizante, iluminador y multiusos, gracias a esa bola de cristal en que se convertirán los ojos del primer afortunado redactor en acertar a beber de la cola-loca con doble inyección de estramonio y anises estrellados estratégicamente situada junto a una latita de berberechos en la sala para invocaciones y aquelarres. Porque al fin y al cabo hasta nuestros redactores también sienten a veces la necesidad de creer que ellos podrían haber estado presentes cuando los mastuerzos de Stan Lee y Jack Kirby vomitaron a las criaturas del universo Marvel sobre un papel por primera vez. Que podrían haber sido espectadores de excepción de esa transcendental regurgitación universalista mientras consumían de seguido, sin atragantarse y en un riguroso orden cronológico, aquella avalancha de colecciones a todas luces imperecederas con las que hoy nos agasaja Pachichi cOmic mediante unas traducciones que se dirían casi simultáneas a las ediciones originales por su carácter mediúmnico y la virtud facsimilar de sus componentes paratextuales. Pues verdaderamente, como nos aseguran sus mejores publicistas, tal vez constituyan la Palabra del primer mundo, o, como se dice hoy, Occidente, a pesar de que ni por un momento hayamos pensado nosotros costeárselas a los redactores de esta casa; solo faltaría ahora el tener que pagarles también el vicio de un sueldo mensual. 
Ya saben nuestros seguidores, tal vez más feos y pobres que los privilegiados lectores estadounidenses de la Marvel pero sin duda mejor alimentados en todas sus complejas insuficiencias minerales, que para nuestra gacetilla las intoxicaciones y los viajecitos extracorpóreos siempre serán considerados artículos de proximidad. Ya que valoramos la soberanía y y la autonomía lectoras muy por encima de la seguridad y la fama de nuestros propios redactores. A excepción, claro, de Eutropia, la máquina inteligente dispensadora de agua que permanece anclada al suelo junto a la puerta del despacho de nuestro director, todo el mundo es prescindible en la oficina. 

El curso de la naturaleza editorial nos previene contra los tontos.

Adolfo Aizen.


Sueño sobre un lugar sagrado, y, realmente, ha dejado de importarme si regresaré o no tras esta borrachera del martirio que me permite observar cuán admirablemente Adolfo Aizen trashojea sin demasiado cuidado los varios ejemplares del número siete de O Judoka que alguien acaba de dejar en la mesa de su despacho. La era homérica de la empresa tebeística Ebal (Editora Brasil-América Limitada), aquellos años del lanzamiento de publicaciones como O Heroi y Edição Maravilhosa, no debe de ser ni remotamente parecida a la época hasta la que me he trasladado en mi querubínica transmigración. Finales de los años sesenta del siglo XX, en la sede de la editorial en Río de Janeiro, a la hora exacta para ver el estreno de este superhéroe genuinamente brasileño mediante el que el editor Adolfo Aizen, junto a un grupo de autores organizados bajo el paraguas de la Ebal, dio replica a la admiración por las artes marciales del público lector de historieta de su propio país un poco antes incluso que esas otras series estadounidenses totalmente comprometidas con la moda cinematográfica que acabaron marcando el entrecuzamiento de las artes marciales con subgéneros como los superhéroes o las historias de espías y agentes secretos. Ya por el puro exotismo ya por la naturalidad con que el subgénero de las artes marciales pareciera contar para superponerse sobre cualquier temática o género historietístico que autores y editores fueran capaces de imaginar. ¿Quizás bajo aquella soturna explotación comercial nacida del interés por aprovecharse de los éxitos de la industria cinematográfica de los años sesenta a ochenta que mejor representa la figura del hoy legendario artista marcial Bruce Lee? A cuya popularidad, en principio, tal vez apenas para un lector español troquelado por las apetencias y limitaciones de editores y divulgadores orgullosamente xenófobos, parecieran desear adherirse desde la Ebal al comprar la licencia de edición para Brasil de un anodino personaje obrado a la mano de los artistas Joe Gill y Frank McLaughlin con el muy original alias de Judomaster (traducido como Judô-Master en O Judoka); creación producida inicialmente para Charlton Comics que luego apuraría su limitada notoriedad y escaso seguimiento entre los sufridos consumidores estadounidenses al integrarse en el universo superheroico explotado por la editorial DC Comics. Si bien el verdadero interés del sagaz editor brasileño distaba mucho de la obtención de una licencia más o menos barata mediante la que concurrir con un flamante nuevo título a los quioscos y medirse en ese arriesgado juego que las editoriales repiten sin solución de una punta a otra del mundo cada vez que tratan de desbancar a alguno de los otros muchos tebeos que sus competidores distribuyen con parecida intención a través de un mismo circuito comercial. No obstante, sabemos que el lector español siempre se equivoca cuando acomoda sus nalgas en el mismo pedestal desde el que orinan sus editores y divulgadores favoritos, sus amos de siempre. Desechemos el cine de kung fu como posible inspiración. La colección de cuadernos de historieta O Judoka, cuyo estreno llegaría en abril de 1969 a partir de la traducción del material original perteneciente a la serie publicada por Charlton Comics, ocultaba una ambición editorial fuera de lo común. Pues la adquisición de esta licencia de traducción que Adolfo Aizen destinaría como contenido inicial de su nueva colección en la Ebal se realizó a sabiendas del fracaso de la colección estadounidense protagonizada por Judomaster, con una trayectoria poco esperanzadora para el futuro del personaje dentro del universo DC tras su cancelación por vuelta de 1967 con apenas diez números publicados en los EE. UU., tratándose por tanto los primeros seis números de O Judoka de una simple prueba con la que calibrar el interés del lector brasileño por los tebeos de artes marciales. Un interés centrado, además muy especialmente, en el auge y el atractivo que la práctica del judo alcanzó en Brasil gracias a la inmigración japonesa tras la apertura social y cultural propiciada por quienes constituían ya una tercera o cuarta generación de nipo-brasileños. Los bien fundados apartados sobre la práctica de este arte marcial que el editor produjo a modo de complemento regular de la colección confirman que la motivación primera de Aizen para dar salida a O Judoka poco tenía que ver con las modas que algo después acabarían sirviendo de fuente de inspiración para la eclosión de personajes como el Sang-Chi de Marvel comics.


Tebeo inaugural para el personaje.

Editorial a este núm. 7 de la colección.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

La vía de la glucoquímica que tanto nos conmueve por la facilidad con la que luego después los lectores de esta gacetilla asumirán como experiencias propias estos mis viajes extracorpóreos en pos de las virtudes motivadoras de una historieta capaz de liberarnos de todas las lamentables condiciones temporales que siempre acaban por concretarse a través de medios físicos tan apremiantes como son la náusea y el vómito tiene estas cosas. Para nada buenas pero que conviene contar a fin de dar justa noticia de unos hechos históricos ante los que el destino, bajo la eventual orientación de un preciso puntapié estomacal capaz de lanzarme por esas misteriosas avenidas cósmicas de los espacios espirituales, me ha situado brindándome la oportunidad excepcional de leer in situ algunas de las más emblemáticas entregas de que se compone la colección O Judoka. Esta renovación psicofísica con que nos bendice el viaje temporal psicosomático glucoquímico de la cola-loca también nos eleva muy por encima del conocimiento vulgarmente balompédico y tertuliano del resto de prometeicos asalariados que a falta de unos verdaderos superpoderes han pretendido inmortalizarse a través de esa internet sin (¡ja!) fronteras y abierta al (¡ja, ja, ja...) conocimiento libre que anuncía la televisión. Esos noventa y cinco millones o algo más de boniatos humanos pertenecientes a la secta sentimental de la patata comiquera que, en cualquier idioma y desde cualquier lugar, redactan notas faltas de rigor y la mar de insulsas en aquel primer perverso sitio web que les dé cobijo para informarnos a todos de que Adolfo Aizen era un zote al que, así sin más, con esa ligereza que da jugarse los cuartos propios, se le ocurrió un día traducir cierta serie superheroica del montón ya cancelada en origen. Por culpa de la cual se vería en la necesidad de improvisar un personaje de nueva creación con el que al menos poder seguir publicando una cabecera apenas recién estrenada. Una especie de solución de emergencia totalmente fortuita a la que, según esta bobalicona comprensión acerca del funcionamiento del mercado de la historieta que convierte a todo editor en un improvisado amo de pista y a su empresa en un circo, se debería el nacimiento del superhéroe nacional conocido como el Judoka. Uno de los personajes a los que podría tenerse como marco para la creación y legitimación de otros muchos de los superhéroes que en décadas muy posteriores acabarían arrimando también su ascua a la reivindicación nacional de la historieta por la impronta brasileña de sus historias así como por los escenarios en que tienen lugar sus aventuras.
Pero ninguna evidencia es tan importante para los comentaristas de la patata comiquera del país que sean como para desestimar los meneos sentimentales del grasiento tráfico sanguíneo que mediante cachazudos movimientos diastólicos sostiene sus corazones descompuestos. Qué hay más importante que los sentimientos de un idiota entregado a la causa del friquismo. Sin duda las fechas de salida que se manejan para los cinco primeros números de O Judoka y la periodicidad sostenida de la colección entrega tras entrega, unos datos que pueden estimarse a partir de fechas consignadas en la tercera página de cada ejemplar, deben de resultar irrelevantes para sus patateras impresiones acerca del funcionamiento editorial y los usos del mercado brasileño de la historieta. Nada les importa a ellos que en la Ebal prefiriesen dejar para otro momento las pocas historias protagonizadas por Judomaster que aún les restaban por publicar y, a partir del número siete, dar salida a una producción original que, con toda evidencia, a tenor de los tiempos de edición, impresión y distribución usuales para la época, el editor llevaba proyectando desde antes del comienzo de la colección. Junto a un escritor de la casa como era en aquel entonces Pedro Anísio, responsable por la preparación y supervisión de argumentos y diálogos de la serie, y recayendo el dibujo, como el resto de esfuerzos narrativos que acaban por constituir la creación de cualquier historieta, en algunos de los componentes de la plantilla de dibujantes con los que regularmente también contaba la editorial brasileña. Circunstancias y datos conocidos que no dan lugar a imaginar un caso de imprevisión editorial, y, por supuesto, aún menos a tener que explicar a partir del azar y la mera fortuna el éxito de un personaje cuya colección se prolongó por cincuenta y dos entregas. Siendo publicadas regularmente desde abril de 1969 a julio de 1973. Lo que supone una duración extraordinaria para una publicación brasileña de producción propia ocupada en la serialización de las aventuras de un único personaje que, a pesar de no presentarse dentro de la misma hasta ya avanzada la colección, dio nombre a esa cabecera desde su inicio.
Qué pena da a veces mirar la manera en que se va reproduciendo la información a través de internet. Y por eso todos queremos alcanzar una especie de cura. Una panacea para ahumar y salar nuestras almas contra las enfermedades del cuerpo que la anormalidad del rito nos acaba imponiendo como futuro inaplazable a través de la rueda de las novedades editoriales mes tras mes. Desde luego no somos el mejor remedio, tanto anís estrellado y tanto vicio por el papel impreso nos han echado a perder física y espiritualmente, pero estamos aquí para que otros no tengan que darse a las bebidas gasificadas y combatir bajo altas dosis de azucar directamente a esos comentaristas e informadores arribistas que tratan de afectar las mentes de nuestros lectores entorpeciéndoles en su día a día. Un día a día cada vez más cruento por la ocultación que se está llevando a cabo acerca de las coprolálicas y alcanterilleras maquinaciones que el sistema gatekeeperista pone en marcha a la hora de amojonar el lanzamiento de los títulos que el desprendido mercader español de tebeítos dispone al alcance de los consumidores de historieta.
Así que, lectores amigos que os mantenéis al día en el pago de vuestra cuota mensual como socios de esta gacetilla perennemente contagiosa, permaneced atentos al balanceo espiritual de ese vuestro ser interior acerca de cuyo manejo tan bien nos instruyó el viejo amigo Scheffler. Sobre las puntas de los pies, en ese aburrimiento controlado que precede a toda explosión de justa ira, os será dado contemplar más juiciosamente cualquiera de las actividades siempre sospechosas de aquellos enteraos friquis del montón que, simplemente por ser españoles de España (y quizás de Carabanchel), se tengan a sí mismos como lectores privilegiados frente al resto de los diezmados congéneres humanos de otros países. Países por los que supuestamente, en consonancia con la lógica delirante y la visión xenófoba manejada por estos enteraos que aprietan la jodida inútil letra -ñ entre los dientes, circularía un conocimiento muy limitado y parcial de la historia del medio al carecer su público lector de historieta del caritativo auxilio, y las consoladoras garatusas y carantoñas, con que aquí desde el comienzo de los tiempos nos han bendecido los santos editores patrios y sus divulgadores nazarenos. En fin... ¿será que alguien aflojará por fin estas correas y pueda volver a mis pasatiempos?
Insultadles a cada momento. Patalead cuando traten de acercarse a vosotros. Y siempre enseñadles los dientes si alguno de ellos volviera a ofreceros informaciones copiadas al tuntún. Pues su xenofobia y falta de discernimiento deben encararse sin temor y a grandes gritos.  

Apuntes y muestras de unas pocas escogidas entregas. 

Es obvio que la primera de las aventuras del superhéroe brasileño Judoka, presentada en el hoy ya mítico número siete de la colección que daba inicio a su serie como tal y, de paso, relegaba al personaje estadounidense Judomaster, que hasta entonces había ocupado la colección desde el lanzamiento del número uno sin que su nombre (Judô-Master) llegase siquiera a ser utilizado a modo de título para la cabecera [2], se ocuparía en descubrir el origen del nuevo protagonista a sus lectores. Por descontado que también interesa de ese primer número desvelar las tensiones creativas y editoriales que pudieran ocultarse tras el nacimiento del personaje. Y tal vez acariciar sus cubiertas antes de poder recrearnos con el paso medido de unas paginas interiores cuya contemplación debería proporcionarnos uno u otro sentido acerca de ese origen. La vida regalada del coleccionista se entrega a placeres tan sencillos como estos. Que suelen premiar al santo racaudador de impresiones con la observación de nimiedades tan significativas como comprobar que "O campeão brasileiro das histórias em quadrinhos", según la fórmula que servía para su presentación, se benefició de las capacidades de quien fuera el más importante y dotado portadista integrado en la casa Ebal: Monteiro Filho, seguramente también responsable de la identidad gráfica del Judoka. Un ilustrador de origen portugués capaz de armar una orgánica impresión visual a partir de cualquier personaje que se le requiriera. Siendo muy recordado por sus ilustraciones para el diseño de portada de una bien sucedida y suntuosa colección de impresionante tamaño que la Ebal dedicó a recoger las tiras dominicales de Flash Gordon. E incluso algunos otros tebeos que resultarían más apreciables para un público español cultivado en el amor a su propia historieta, y a los autores que la hacen posible, si es que de verás todavía existiesen admiradores y adeptos en una cantidad tal como para poder ser contabilizados desde las alturas de una avioneta. Pues la editorial brasileña dispuso un tratamiento igualmente especial a la hora de traducir una serie del historietista catalán Jaume Rumeu Perera, Trillizas, al dejar a la mano de Monteiro Filho el embellecer las portadas de esta breve pero peculiar colección que tradujo la serie española con el título de Agentes Trigêmeas contra os Narcisos. Y que ojalá hubiese sido editada de parecida manera dentro del mercado del autodesprecio que ordenan y gerencían los editores de este nuestro santo patatal comiquero. 

Superhéroes y balompié.

Lo que hoy podemos apreciar acerca del cambio de orientación que la editorial tomaba como piedra angular en esta nueva etapa de la colección a la hora de concebir a su protagonista, el Judoka, es la funcionalidad del personaje. Cuando menos en lo que de más ventajoso aportaba para superar aquel tipo de emulación por el que se habían constituido la mayoría de superhéroes brasileños hasta entonces. A la manera de un Raio Negro o un Homem-Lua, personajes superheroicos que todavía a finales de los años sesenta continuaban construyendo su apariencia y dando contextura a sus dones especiales a partir de uno o más referentes estadounidenses. Un mimetismo al que sumaban el ser además protagonistas de aventuras de escasa extensión, ceñidas a colecciones de corta vida y tortuosa aparición, que tampoco permitían el desarrollo de planteamientos argumentales mucho más complejos de los ya vistos en historietas brasileñas superheroicas muy anteriores; por ejemplo, en las mucho más perdurables aventuras del superhéroe de origen televisivo Capitão 7 que convertirían a este émulo de Superman en importante reclamo de nostálgicos proyectos varias décadas después de su nacimiento. Nada desde luego a haber con el fruto de la tensión psicológica y más moderno carácter del superhéroe marcial propiciado por Adolfo Aizen. Cuya sutil valoración editorial del personaje trasladaron los autores responsables del desarrollo de las aventuras del Judoka desde el comienzo de la serie. Sin demasiados artificios. Solo mediante la que vendría a considerarse una nueva actitud de consciencia sobre su situación y responsabilidades que acabó estableciendo diferencias notables frente a otros superhéroes de su tiempo que, a ejemplo de Mylar o Homem Mistério, parecían más próximos a una ciencia ficción anclada a viejos tropos, como el de los alienígenas benefactores, pese a asentar igualmente sus aventuras sobre territorio brasileño y sin que este escenario aportase realmente una nota distintiva capaz de singularizarlos mediante un mayor distanciamiento respecto a los referentes estadounidenses. Sobre todo aquellos que se cimentaron sobre los usos y rutinas de Superman, personaje epítome del superheroismo que el propio Adolfo Aizen traducía desde hacía décadas para el mercado brasileño, a los que ahora se venían contraponiendo notas más distintivas propias de la reformulación del subgénero surgida a raíz de la eclosión del universo Marvel. Que no por simple coincidencia también la casa Ebal se encontraba publicando justo cuando llevó a cabo el lanzamiento de O Judoka. Y resultarían en una consecuente influencia para el personaje a la que se sumaría aquel interés todavía mayor por reflejar las tradiciones y la historia del Brasil a través de sus publicaciones que Adolfo Aizen mantuvo como punto de referencia durante la mayor parte de su trayectoria de forma pareja a su conocida predisposición para adoptar toda novedad extranjera.
El personaje de la Ebal llegó a elevarse así sobre la zafra y el polvo de la cantera de superhéroes brasucas, todavía hoy ocupada casi en exclusividad a la extracción de un elenco de personajes marcados por su mediocre y emuladora construcción, e, incluso, por posicionamientos radicalmente fascistas como los que Luciano Cunha exhibe en sus series O Doutrinador y Destro. O martelo da direita, quizás por la manera en que sus historias se resguardaron de una realidad intimidatoria para cualquier medio creativo. Realidad polvorienta y triste de la que eran garantía unas fuerzas armadas brasileñas en permanente ronda en torno a un estado cimentado sobre el nacionalismo y la represión como formas autoritarias de gobierno durante la época del lanzamiento de O Judoka. Lo interesante es que el asunto no pasaría del todo desapercibido ni siquiera a un lector extranjero que actualmente pudiera ser desconocedor de la proverbial pericia de Adolfo Aizen a la hora de transformar cualquier posible intento de censura en una especie de concurso de popularidad entre editoriales. Y, sobre todo, una manera de acabar demostrando su ascendente sobre las autoridades censoras gracias al crédito que alcanzaron algunas de sus publicaciones mejor orientadas al gusto de aquellos educadores y políticos que condujeron un tipo de cruzada moral contra el medio de la historieta como la que experimentó la vida publica brasileña desde finales de los años cuarenta. Métodos acomodaticios levantados frente a la salvación y el desastre de la dictadura que pudieron extenderse por décadas a través de una militancia moralizante en torno a la identidad colectiva como instrumento de reconocimiento y respeto. Facilitando decisivamente un discurso editorial, y toda una tradición historietística, reflejo de tensiones constitutivas a la creación que, entre otros muchos ejemplos, pudieron resolverse a partir de este posicionamiento intermedio de la demarcación identitaria (típica de cierta historieta de carácter divulgativo y genero histórico) dentro del subgénero superheroico y los superhéroes brasileños. Una buena muestra de este discurso editorial podemos apreciarla aún en la tercera y cuarta de cubiertas del primer cuaderno inaugural de la serie que estamos manejando, donde el editor quiso elevar su "Homenagem à Bandeira Brasileira" mediante una suerte de organigrama de la enseña de la República en el que se mostrase la correspondencia entre los estados brasileños y las estrellas distribuidas alrededor de la divisa nacional de orden y progreso. Un paratexto que hoy pudiera tomarse como ejemplo de esa receptividad sensible al acontecer histórico en la constitución editorial de O Judoka como colección. Y, por supuesto, también para la propia serie y la concepción de su protagonista. Erigido en verdadero reclamo para los lectores brasileños además de servir como un elemento editorial depurador frente a otros personajes y obras de procedencia extranjera tradicionalmente sometidos a una mayor fiscalización. 


Legitimidad superheroica e identidad colectiva.

Basta fijar la vista en esa divisoria purificada del uniforme del personaje con la que la bandera nacional de la República Federativa de Brasil significa corporal y materialmente al Judoka para imaginarla como la fuente de las virtudes y fuerza del personaje. Un trazo primario para su existencia, como esencialmente ocurre con los hábitos y los atuendos guerreros de la mayoría de superhéroes, que señala a estos personajes como los elegidos para un género de vida más alto y noble. Y para marcar también a veces las fronteras en derredor de las que vigilan con audacia y un inquebrantable optimismo el mundo que les rodea.
Por la contra, el cambio de agujas que supone el número siete para la orientación de la colección no da para grandes elogios hacia sus autores. O shiram mágico presentaba al no muy severo juicio del lector de la época "a maravilhosa e empolgante história de como surgiu o Judoka. O jovem herói que utiliza tôdas as nobres lutas de defesas corporal para combater o mal, praticar a justiça e cumprir a lei...", una historieta protocolaria que ocupa treinta páginas de las treinta y seis que llega a contabilizar con sus cubiertas este cuaderno grapado, fácilmente resumible en la transformación de un apocado y algo esmirriado muchacho en un señor superhéroe. No obstante, el motivo de la portentosa conversión de su protagonista se producirá por medios mucho más mundanos de lo que solía suceder con la mayoría de los superhéroes brasucas, es decir, sin prestarse a la intervención de alienígenas, poderes extraídos de dimensiones espirituales, o de una tecnología capaz de mudar a una persona común en un superhombre. Carlos da Silva, diana de matones y estudiante de enseñanza nocturna que trabaja como auxiliar en un estudio de arquitectura, solo se convertirá en el superhéroe conocido como Judoka tras poner en riesgo su vida. Salvar de un atropello al sensei Minamoto y trabar una generosa amistad con este. Para que en justa correspondencia a la valentía y generosidad demostradas el joven Carlos se convierta en discípulo predilecto del sensei. E instruirse así en los rigores de la voluntad que recorren la disciplina marcial japonesa del judo. Motivo que probablemente arropaba el nacimiento de la colección como gancho para sus posibles lectores y constituía el eje argumental de la serie durante su inicio. Sin duda desde el interés que el judo despertaba como práctica eminentemente deportiva, tal como queda expuesto a través de numerosos artículos, y las más diversas subsecciones textuales, a lo largo de toda la trayectoria de la colección, aunque sin llegar abandonar por completo ese particular atractivo inherente a los valores morales que transcienden la vida común elevando a sus practicantes hacia un compromiso social mayor. Una naturaleza superadora que con cierta minuciosidad los autores infunden por esta primera historieta de O Judoka de una forma completamente verosímil. Tanto por medio de la exposición que muestran de su doctrina a través de los diálogos entre los personajes como de las técnicas de lucha que van a trasladar gráficamente a lo largo de las viñetas por las que se narra el entrenamiento del protagonista y la posterior confrontación con la banda de matones que persiguen enconadamente al héroe en su identidad civil junto a su enamorada Lucía.
La aventura inaugural del Judoka todavía nos deja algunas otras curiosidades, como la aparición del primer elemento fantástico de la serie a partir del que queda establecido el método mediante el que el protagonista hará aparecer y desaparecer su uniforme. Un poder con el que le obsequia su shiram, el maestro Minamoto, al instruirle en una suerte de pases mágicos muy convenientes además para que después los autores no se vean obligados a idear otro tipo de secuencias de más compleja plasmación, igualmente ordinarias y prescindibles, cada vez que Carlos Silva deba convertirse en el Judoka. Más peculiar resulta el diálogo que el maestro Minamoto mantiene con su discípulo durante la misma secuencia en la que le es entregado tan discreto y patriótico uniforme: "Mas, lembre-se... o Judoka só devera aparecer para fazer o bem e a justiça!" y "Você será um herói de histórias em quadrinhos! Se quiser... ninguém saberá que voçê é o Judoka!". Pasmosa declaración del maestro Minamoto a su alumno que bien podría imputarse a una estrategia elemental proyectada aquí por el guionista Pedro Anísio para volver más evidente la filiación del héroe y su total solidaridad con los esquemas del subgénero superheroico entre los lectores. Un sabio ejercicio, en fin, bastante común que provee al personaje de esa verosimilitud inherente a las oposiciones inconscientes rayanas con la metaficción que acaban por conseguir que niños y mayores salten en sus camas al imaginarse que también ellos pueden volar y pelear como sus personajes favoritos. También modesto ejemplo capaz de avalar ese retrato de modernidad que acompañó a la serie en el escenario superheroico brasileño de la época. Y que alcanzaría cotas aún mayores y mucho más dramáticas en el último número de la colección al entregar a los seguidores del personaje un episodio con elementos metarranativos inusuales para una historieta de aventura y acción. Número final acerca del que os hablaremos muy extensamente... ¡el día que nuestra gacetilla sobrepase la cifra de los cien socios vivos y pagando! [3]
No se conoce devoción mayor por el personaje que la demostrada por aquellos lectores brasileños de historieta dispuestos a exculpar al editor de O Judoka por la elección de un dibujante aún demasiado verde, cuyo desempeño por ese primer número de la serie habría repelido al más pintado consumidor de revistillas españolas del percal de Pánico o Escorpión, y, sin embargo, Eduardo Baron llegaría a afianzarse como uno de los dibujantes de más grato recuerdo entre los seguidores del Judoka gracias a la mejora de su trazo y un más acorde entintado para el tipo de dinamismo que por entonces se esperaba de una historieta superheroica. Es fácilmente comprensible que los progresos de este por aquel entonces joven autor no pasasen desapercibidos a tenor de la comparativa con otros de los dibujantes enrolados en la producción de la serie con el fin de mantener su cadencia mensual. Como fue el caso de Mario Lima (Mário José Lima), entregado dibujante del número diez de la colección en la que el Judoka enfrentaba a un grupo de mafiosos, acabando por desembrollar una no demasiado compleja trama de amaños futbolísticos presentada con el título de Misterio no Maracana. A pesar de la icónica y memorable portada de este número, la simpleza de la historia y el dibujo de un Mario Lima, de gran corrección pero anclado al tipo de compostura y narrativa de un viejo tebeo de Fleetway/IPC, ofrecían una imagen de caducidad frente al estilo en el que por la misma época se desenvolvían las aventuras de los superhéroes estadounidenses. Con las que necesariamente la joven colección de la Ebal debía contender por la atención de los lectores. Pero al menos Misterio no Maracana demuestra ser un ejemplo perfecto de la traslación de las aventuras de un superhéroe a un escenario brasileño, apreciable para un lector de historieta extranjero, incluso, pues la manida y trivial pero inmediatísima asociación de los brasileños con el fútbol se aproxima a la realidad de cierta manera; como que no sería exagerado pensar que el secuestro del portero del equipo de cuya derrota se beneficiarían los mafiosos en esta historieta podría pasar por un argumento actual, pues no son pocos ni tan lejanos en el tiempo los episodios de raptos de familiares de futbolistas o de los deportistas mismos. 
También se refrenda por este y su siguiente número la función de enganche que desempeñaba la práctica del judo para la colección. Apartado a exprimir gracias a internet. Donde podemos comprobar la existencia real de algunos de los miembros de la GALERÍA DE JUDOKAS desplegada en la segunda de cubiertas de estos tebeos a la manera de una suerte de ficha (foto incluida) como la dedicada al  "Vice-campeão carioca" Manoel Ramos Pacheco, natural de Bela Vista y de profesión "Militar (campeão do Exército)", al igual que sucede con otros de los judokas mencionados en la amplia sección textual JUDÔ-NOTÍCIAS. Sección a cargo de José Almeida y Augusto Acióli (tercer Dan y director del Judô Clube Juventude) desde la que se pretendía educar en el correcto entrenamiento de esta disciplina, y hasta brindar información a sus practicantes acerca de las carreras que alguno maestros y deportistas desarrollaban internacionalmente. La nota insólita, llamada a elevar la excitación del coleccionista extranjero por estos materiales arqueológicos, nos la ofrecen los anuncios de otras de las publicaciones de la casa Ebal como eran las adaptadoras aventuras de Gunsmoke, publicadas en la colección O Poderoso, los tebeos de Superman, "O Homem de Açõ com os Amigos do Super-Homen Miriam Lane e Jimmy Olsen", y las colecciones de libros ilustrados para niños y novelas clásicas para adultos con ilustraciones de Gustavo Doré. Otro divertimento inexcusable para aficionados y coleccionista es la contemplación de esos delirantes implementos publicitarios que ofertaban cursos por correspondencia como el del Instituto de Investigaciones Científicas e Criminais que se atrevía a hacer promesa de un cierto diploma de detective profesional para todos sus futuros alumnos. Anuncios desde luego nada raros en cualquier parte del mundo.
Los cajetines con la información de publicación de todos estos cuadernos sorprenderán a los coleccionistas e investigadores españoles de historieta que alguna vez tengan la oportunidad de compararlos con la tradicional imprecisión y vaguedad de los datos técnicos que, hacia la misma época, los editores españoles tenían a bien algunas veces disponer en el interior de sus tebeos. Nombres de las distintas distribuidoras, fecha de Copyright, dirección de la casa editorial, periodicidad, y nombres de los directores (director gerente, diretor-geral, diretor-secretário, diretor-industrial). La España envidiosa no está preparada para aceptar el sentido de la profesionalidad que los editores de la Ebal desplegaban en sus publicaciones.

 

FHAF el favorito.

Cinco son los cuadernos de la colección O Judoka que asentaron la fama de la serie incentivando un cierto culto por la labor de un artista cuyo paso por el medio de la historieta resultó tan fugaz como circunstancial. Cuadernos que fueron lanzados de manera no consecutiva de mayo de 1970 a abril de 1972, un corto período que le bastó a Floriano Hermeto de Almeida Filho, FHAF, para ser encumbrado entre los lectores y la crítica por su labor como dibujante y guionista en esos poquísimos números, recordemos, dentro de una colección compuesta por hasta cincuenta y dos entregas: números catorce, diecisiete, veinticuatro, veintisiete y treinta y siete, que, con toda seguridad, además, pueden considerarse como los que mejor trasladarían el interés por la historia del personaje entre los lectores europeos. Aunque en verdad resulte inimaginable el trasladar este interés por una colección como O Judoka entre lectores de historieta presos al carrusel de novedades que promociona sin desmayo esas uniones incestuosas de los editores españoles y su harem de aficionados con carné de prensa pregonera. En cualquier caso, este superhéroe brasileño interesará por lo menos a todos aquellos lectores de historieta empeñados en llevar a cabo una labor de rastreo de la influyente huella de autores como Guido Crepax, Enric Sió, Jim Steranko y Esteban Maroto, en un escenario de mayor amplitud al habitual. Sirviéndose para ello de una tebeografía necesariamente más extensa a la que ha solido prestarse esa degradante historia universalista de la historieta que todavía nos es servida por los editores españoles y sus divulgadores de medio pelo. Una tebeografía que abarque el mayor número posible de países y nacionalidades, por tanto, de la que la historieta brasileña jamás debiera estar ausente. Solo así nos libraremos del anecdotario al que se reduce muchas veces no solo la historia del medio en todo un país sino de un subgénero casi específico de los tebeos como el de los superhéroes.
¿Vale la pena presentar al dibujante? Pues sumemos unas cuantas palabras más antes de que se desplome el techo de visitas [4] en este blog:
De él sabemos gracias al periodista Ricardo Ucha, Live dos quadrinhos en YouTube, solución a muchos de los problemas que plantea la historieta brasileña a cualquier lector extranjero, que este ingeniero carioca aficionado a la historieta, y quizás también, como podemos presumir por la cantidad de autores a los que tomó como referentes durante su brevísima carrera, buen coleccionista de tebeos, tuvo la ocurrencia de producir una historia del Judoka y presentarse en la sede de la Ebal con ella bajo el brazo. Gracias a un contacto dentro de la empresa que le iba a facilitar una entrevista personal con los editores, incluso, Adolfo Aizen y su hijo. Con ello, imagina uno, el ya no demasiado joven aspirante de algo más de treinta años de edad contaba al menos con la seguridad de que sus capacidades acabarían siendo valoradas por un profesional. Y qué podía esperarse de tal encuentro sino todas esas bellas palabras hechas de consejos y promesas acerca de algún improbable futuro como las que tantos jóvenes artistas debieron escuchar ilusionados tras cruzar esas mismas puertas por vez primera antes y después de él. Pero increíblemente el trabajo de este historietista iniciante convenció a los editores, y, más que eso, aquellas primeras páginas firmadas por FHAF luego resultarían elegidas tras su publicación como la mejor historieta del año por el hoy legendario crítico Moacy Cirne, uno de los precursores en el estudio de la historieta y, tal vez, el más conocido en España de entre todos los críticos brasileños. El número veinticuatro de O Judoka recogería la noticia del modo siguiente:

"Em seu número 9, o Boletim Na Era dos Quadrinhos, excelente vehículo de informação de siderados de histórias-em-quadrinhos, apresenta várias e interesantes seções [...] a transcripção da Resenha do Ano, de Moacy Cirne, onde foram escolhidas as melhores histórias do ano e a vencedora foi A Caçada, aventura de O Judoka desenhada por Floriano Hermeto de Almeida Filho, publicada em O judoka nº 14, da Ebal"

 

Dos páginas de A Caçada.
 

Moacy Cirne, II-1971.
 

Ahora desde este futuro distante, magnetizados por la presencia vampírica de una multitud de sabios invisibles, podríamos mostrarnos sorprendidos por la recepción entusiasta de aquellas primeras páginas que hicieron la leyenda de Floriano Hermeto. Fijarnos en la indefinición de tal o cual fondo con el que se termina desbaratando la inversión del sentido de una a otra viñeta y toda la coherencia espacial desarrollada durante la secuencia de la que forman parte. Aun así encontraríamos poco o nada de que quejarnos. Y tampoco iban a ser las inconsistencias en los rostros de los personajes, o cierta desproporción anatómica que pueda verse acentuada según el punto de vista bajo el que se les representa a medida que la aventura avance de un escenario a otro, aquello que iba a impedir que los lectores de O Judoka quedasen completamente fascinados ante el espectacular estreno como historietista de este artista accidental. Dueño sin embargo de una línea que debió parecerles etérea y delicada con la que, además, envolvía un relato próximo a los pulps que no pudo más que afianzar su sorpresa y arrastrarles por eso mismo hacia una inmersión total en A Caçada. La historieta que en mayo de 1970 sumergió a los seguidores del Judoka en una aventura de espías con toda la autenticidad posible para los estándares del superheroísmo. Magnificando el suspense y la negrura psicológica de los adversarios del protagonista. Incluso algo tan poco común como permitir que la serie se asomase al precipicio del erotismo merced a la introducción de un prototipo de villana como la encarnada en Irma la Douce. Femme fatale a servicio de la organización secreta conocida por S.E.T.A (Sabotagem Extorsão Terrorismo Associados) cuyos intereses se encaminan a desestabilizar los gobiernos de América latina para beneficio de sus criminales asociados. Todo ello en territorio brasileño, como ya era norma en la colección casi hasta el abuso, no dejando pasar por ello la oportunidad de utilizar uno u otro enclave del paisaje que pudiera resultar más reconocible de cualquiera de las localidades alrededor de las que transcurriese la acción.
Gráficamente era una aventura de gran impacto, solo igualada por aquellos otros dos episodios (núms. veintisiete y treinta y siete) de la colección que luego acabarían componiendo la trilogía dedicada al enfrentamiento del Judoka y sus aliados con Irma la Douce y la S.E.T.A., donde FHAF desarrolló una preocupación y cuidado especiales por aquellas secuencias que van a desencadenar la acción. Con encuadres cercanos como los que el dibujante empleó por alguna página casi enteramente muda, y de progresión pausada, hasta avanzar el protagonista en la página contigua para repartir un recital de mamporros entre los secuaces del médico nazi Theodor Wener Heitz marcando un acelerado baile de técnicas de judo. Una difícil propuesta que el dibujante salvó eficientemente. No desde el desvelo por la consecución de composiciones de página deslumbrantes, sino mediante una afinada tensión del montaje que determinaría el éxito de la propuesta de FHAF por esta su primera incursión profesional en la historieta. Una modulación narrativa bajo influencia de Guido Crepax, como deja claro Moacy Cirne en su artículo. Por si alguien quisiera echar un vistazo a otros documentos sobre O Judoka, el histórico texto del investigador brasileño fue tomado de la página dedicada al personaje en el sitio web de redes sociales Facebook, donde suelen anunciar las campañas de financiación de cada una de las reediciones que de la serie del Judoka han venido publicando AVEC Editora y Ucha Editorial durante los últimos años. 
A pesar de su menor atractivo gráfico, los episodios correspondientes a los números diecisiete y veinticuatro, publicados en agosto de 1970 y marzo de 1971, respectivamente, no dejaron un sabor agridulce a los seguidores de O Judoka. FHAF siguió entregando unas historietas con momentos y componentes interesantes, y, como era obligado, concentrando la acción desde el foco que imponía la dimensión heroica de un protagonista lanzado a resolver alguna sorprendente situación. En O Enigma (núm. 17), el superhéroe marcial se inmiscuía en una trama con resonancias históricas a cuenta de un tesoro relacionado con los intentos de invasión llevados a cabo por la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales en el Nordeste brasileño durante el siglo XVII. La historieta casi podría haber prescindido de las cartelas descriptivas que situan al Judoka, en su identidad civil como Carlos da Silva, de viaje en Recife por encargo de la oficina de arquitectura en la que trabaja para su tío. Al fin y al cabo una de las pautas que hicieron célebre a la serie fue la identificación de las aventuras de su protagonista con su entorno brasileño. Y Floriano Hermeto no desasistió esta labor que, como se ha dicho a veces, convertían las historias del Judoka casi en un periplo turístico alrededor del Brasil, y tanto comprometían a los dibujantes con la serie y sus personajes a través de la plasmación de algunas pocas viñetas orientadas a retratar un edificio o punto pintoresco dentro del paisaje. Y tampoco queda fuera de este reconocimiento de brasilidade que el objeto que detonaba la búsqueda del tesoro en la capital del estado de Pernanmbuco consistiese en una talla tradicional en madera. Bajo este mismo registro de identificación cultural con que se ideó la serie, pero con Pedro Anísio al guion y Floriano Hermeto limitado al papel de dibujante, la historieta Os Gigantes de Apuarema (núm. 24) atrajo el subgénero superheroico hacia el ámbito de la autoctonía y las geografías míticas trasladando esta vez al Judoka hasta Salvador de Bahía y las Serras de Gongugi. Un pueblo precolombino de gigantes era la excusa para esta aventura en la que Lucía ya asumía ella también una doble identidad como superheroína y compañera de aventuras del Judoka. Un solvente argumento.
Ya con los ojos puestos en otras partes fundamentales de la labor editorial, el enfermo coleccionista todavía guarda algo de aire en sus pulmones tras su impresionante apnea de noventa y seis mil párrafos, con sus millones de puntos y comas, para emitir un postrer silbido de admiración (en otra de sus estupidísimas pausas) mientras vuelve el tebeo del revés y se queda mirando la contracubierta de un manoseado ejemplar del número veinticuatro de O Judoka que ha conseguido comprar no se sabe cómo. Ahí tenemos otra prueba del juicioso segismundismo del editor de la Ebal:

"A Historia do Brasil em Quadrinhos é um patrimônio para tôda a familia. É um tesouro que deverá ser lido e guardado para tôdas as gerações."

¡Adolfo Aizen, genio, has sido tú! Las muestras de que se acompaña el anuncio de esta colección de álbums de género histórico y carácter divulgativo dejan constancia de la militancia moralizante y precautorias reconvenciones de las que solían servirse los editores en cualquier parte del mundo a la hora legitimar su proyecto empresarial ante las autoridades.




Las nubes de la imaginería tebeística nos entregan a la lectura de las dos últimas colaboraciones de FHAF en la colección O Judoka, números veintisiete (junio de 1971) y treinta y siete (abril de 1972), que, para los más acérrimos seguidores de la serie, se acomodarían a lo que hoy se entiende como una trilogía iniciada en mayo de 1970 con la primera aparición de la femme fatale Irma la Douce. Justo en aquel muy lejano número catorce bendecido por Moacy Cirne que tanto sorprendiera a los lectores de la época; algunos de ellos profesionales luego con el tiempo que acabarían proclamando su admiración por la irrupción brevísima de Floriano Hermeto en la historieta brasileña, o, más recientemente, le rendirían un tributo tan especial como el que le dedica Ricardo Leite en su memorialístico tebeo autobiográfico Em busca do Tintin perdido. El lapso de tiempo que discurre entre las cinco entregas de las aventuras del Judoka que llegó a dibujar FHAF se explica en parte por las dificultades comunes a tantos artistas brasileños obligados a renunciar a la creación de historietas por su escasa retribución económica. De hecho, el creador de esta trilogía que componen A Caçada, Irma la douce, y Pesadelo, solo llegaría a dibujar unas poquísimas páginas más entre esta y otra colección. Páginas que no verían la luz hasta la recopilación de todas estas aventuras de O Judoka en 2018 bajo el impulso y la dirección de Ricardo Ucha y Toni Rodrigues y de la mano de AVEC Editora.

Si bien la cantidad de páginas dibujadas por Floriano Hermeto es escasa, el episodio Irma la Douce (núm. 27) permite calibrar la que pudiera haber sido la evolución de este autor. Y comprender así las esperanzas que público y crítica depositaron en él como dinamizador de la serie. Lo fue por sus guiones, como novedoso acercamiento al subgénero de espías para el tipo de publicaciones juveniles en las que podría encuadrarse O Judoka y en cuanto a lo que mostraban con ese intento de maximizar en lo posible toda la truculencia de escenarios y antagonistas propios del pulp, pero, también sobre todo, por la adopción de unas pautas gráficas fuera de lo habitual. Tal vez algunos de los aficionados que seguían la serie acompañasen antes la colección de la Editora Trieste Nick Fury Agente da Shield y acertaran a reconocer la impronta de Jim Steranko en muchas de las páginas aparecidas bajo la firma FHAF. El nuevo enfrentamiento entre el Judoka y la espía de la S.E.T.A. les pondrían de todas maneras sobre la pista de este influjo que el historietista estadounidense debió de ejercer en el dibujante carioca. Incluso ya un tiempo antes si tuvieron ocasión de leer aquella otra historieta de resolución algo más anodina titulada O Enigma, caracterizada por presentar cuadrículas más regulares dentro de una composición de pagina casi ordinaria por comparación a la utilizada durante la trilogía de Irma la Douce, en la que FHAF transformó el nombre del protagonista en una suerte de título de dimensiones monumentales a modo de imagen para la presentación de la segunda parte de los dos episodios en que dividió esa historia y que recuerda poderosamente al mismo recurso utilizado por Steranko en el número cincuenta y uno de X-Men, como a otros numerosísimos ejemplos de los que pudiera responsabilizarse a la cuadrilla de dibujantes a servicio de Will Eisner en la serie Spirit. La asociación entre FHAF y Steranko no queda disuelta en la emulación de unos recursos historietísticos, o en una variedad de personajes y tramas argumentales no demasiado frecuentes en el ámbito del superheroísmo más genérico, pues el dibujante de O Judoka se atrevió subarrendar una propiedad que el ilustrador estadounidense desarrollara de manera magistral para Marvel Comics, el mismísimo coronel Furia. Particularidad esta que solo sorprenderá al lector extranjero desconocedor de una tradición editorial sostenida de forma intermitente por todos aquellos editores y autores que, siempre bajo distintas circuntancias, pudieron atreverse a producir material brasileño protagonizado por personajes procedentes del mercado estadounidense del comic book, como Black Rider, Kid Colt, Human Torch, Captain Marvel, o Thor y los X-Men, motivo por el que nadie debería extrañarse al ver al director de S.H.I.E.L.D. solicitando la colaboración del Judoka. Acaso algo anecdótico, pero que no deja de ser una prueba del reconocimiento de las fuentes de inspiración de un dibujante dispuesto a compartir estas con sus lectores.
Hay que señalar que no existe una intención irónica en esta aparición especial de Nick Furia en las páginas de la serie de la Ebal. Tampoco en las breves historietas protagonizadas por el superespía de la casa Marvel que la Editora Trieste produjo como complemento a los tebeos que traducían la serie original por vuelta de 1969. Fueron otras las historietas que aprovecharon la exuberancia y polivalencia de los seudomitos estadounidenses para denunciar el imperialismo y las lógicas coloniales durante los años setenta. Y son mejor conocidas por ello que los tebeos propiamente de aventuras y acción en los que se encuadra O Judoka. Lectura que muy difícilmente habría de resultar rentable para un lector español meramente interesado en ver acrecentada su estima entre aquellos desgraciados amigos que alguna vez puedan haber visto en él a un experto en algo, al quedar fuera de las jerarquías que en la actualidad se nos ofrecen como alternativas viables entre el tebeo comercial y lo que quiera que se desee tomar por historieta de autor. Con demasiada frecuencia, a veces el mercado de la historieta brasileña todavía se asemejaría a un jarrón a punto de resquebrajarse cuando se examina desde la altura exagerada con que se tiende a reconstruir la memoria del medio en otras geografías desde la España profunda, eje del mal que cruza de Barcelona a Valencia pasando por Madrid. Por no existir mediación ni relaciones directas, lo más probable es que su misterioso contenido se derrame sin que lleguemos a apreciarlo en su justa medida al tratar de resolver preguntas y cuestiones quizás totalmente equivocadas. Como las que pueden plantearse desde el desconocimiento del conjunto de las relaciones establecidas entre empresarios, artistas y consumidores brasileños, que han constituido tradiciones editoriales, gustos, e incluso ciertos formatos, algunos de los cuales no se desligarán de una concepción de exotismo como la que debió enfrentar la historieta japonesa durante su desembarco en el mercado español. Con el agravante de que los autores y obras brasileñas jamás contarán con el apoyo de una implantación previa en otros países a partir de la cual inocular esa urgente sed de conocimiento por los hitos y celebridades de su historieta de la que se sirven los licenciatarios de cualquier manga, comic book o bande dessinée, para marcar con el rango de imprescindible, necesario o esencial, cualquiera de los lanzamientos que tengan entre manos. Nada ayuda la pétrea apariencia que tales reclamos promocionales adquieren al ser acogidos de forma acrítica por la servitud que el mercadeo tebeístico ha fijado como meta para sus divulgadores y críticos. Siempre bajo el horizonte de una incorregible utilidad que no ponga en duda la desigual correlación de fuerzas entre editoriales y público a la hora de establecer tal insidiosa selección. Incluso un empeño mucho más serio como el ofrecido por la séptima entrega perteneciente a la enciclopedia Del tebeo al manga, que sus idealizadores españoles dedicaron al "Cuaderno popular: viñetas de género", no se libra de esa beatitud contemplativa tan propensa a obviar el tipo de equívocos que han de surgir entre los lectores aficionados, o profesionales, de distintos países ante una simple denominación como la de cuaderno de historietas.      

 


 


Volvamos con la impar Irma la Douce y los confabulados oligarcas de la S.E.T.A., cuyos intereses situan de nuevo a los malvados en suelo brasileño, revelando la existencia de un complejo subterráneo bajo una montaña propiedad de Titio. Un secuaz más dentro de la organización criminal contagiado por la misma o superior estimación sobre su importacia dentro de la S.E.T.A. que acabó por liquidar al médico nazi Heitz durante la primera de las aventuras en la que el Judoka enfrentó a esta maliciosa asociación de ricos depravados. La femme fatale enviada para supervisar este complejo tecnológico, donde se custodia el avanzadísimo armamento gracias al cual la S.E.T.A. pronto someterá a las naciones sudamericanas, también aguarda el resultado a los cálculos de un superordenador mediante el que Titio se ha propuesto descubrir la identidad civil del Judoka. A fin de eliminarlo con la mayor facilidad, y como simple precaución. Por suerte para el superhéroe brasileño, estas maquinaciones suceden al mismo tiempo que un vigilante Nick Fury toma la iniciativa de contactar al Judoka enviando a uno de sus agentes a Brasil. Este agente con nombre en clave Aquarius recorrerá en su motocicleta las calles hasta que tenga ocasión de entregar el mensaje con la solicitud de colaboración de la agencia de seguridad dirigida por Nick Fury. Urge detener a la S.E.T.A. y destruir su cuartel general. El espía afroestadounidense Aquarius logra así informar al Judoka, y a su compañera enmascarada, Lucía, y juntos iniciarán el asalto a la base secreta siguiendo un meticuloso operativo de infiltración como solo podría ser capaz de llevar a a cabo una agencia secreta estadounidense.  
La originalidad de la trama de este episodio se encuentra en que sus protagonistas no sean del todo conscientes de lo que les aguarda. La inspiradora dirección del suspense que en este punto propone el guion de Floriano Hermeto, ante la posibilidad de que la identidad civil del Judoka resulte fatalmente revelada, se ve incrementado por el conocimiento que los lectores de la serie ya poseen sobre la duplicidad diabólica de Irma la Douce y la crueldad con que esta antagonista del Judoka ejerce su papel de supervisión entre sus propios aliados. Pero también el tratamiento sugestivo de la anatomía del personaje equiparada a su peligrosa psicología se muestra más vigorosamente, al tiempo que es aprovechada por el historietista para trasladar esa sensualidad a una narrativa que sedujo a los seguidores de la colección más si cabe que la mezcla de una historia de espías y superhéroes. La posición de la figura humana consigue así su mejor efecto dentro de unas secuencias de acción armadas a partir de montajes fragmentarios que se sirven del contrapunto entre fondos negros y blancos para superponer la impresión de los movimientos como si se sucedieran instantáneamente de un momento a otro. La viveza del arte pop vuelve a reclamar la inspiración en Guido Crepax tras la inventiva del dibujante carioca. Pero no únicamente es al autor italiano al que han recurrido los muchos seguidores de O Judoka a la hora de explicar la importancia de FHAF en la posterior fama de la serie, reclamando a su vez una igual y complementaria incidencia de la narrativa más habitualmente desplegada por el español Enric Sió a lo largo de su obra. Tal como en estas páginas lo logra FHAF cuando narra el silencioso asalto del trío de aventureros. Volviendo innecesaria la representación de profundidad de varios planos por viñeta para conseguir una adherencia entre las mismas que otorga cohesión a la secuencia según se articulan esos instantes retratados que acaban por facilitar también la visualización de página a partir de su contraste radical. Sobre una base fotográfica o no, sin viñetas redundantes, y con un resultado espectacular pese a prescindir de las meticulosas coreografías a las que se recurre en los tebeos de artes marciales.
Tampoco sorprende que el crítico Álvaro de Moya, otra de esas figuras míticas del medio historietístico, seleccionase la obra de Floriano Hermeto para una muestra en el festival italiano de Lucca como ejemplo del tipo de historieta que los creadores brasileños estaban desarrollando durante la época de publicación de O Judoka. Lo que ya ni me atrevo a imaginar es si los aficionados y críticos italianos de aquel tiempo acertararían a descubrir las facciones del actor Burt Ward en el superhéroe brasileño que Floriano Hermeto dibujó por esta entrega número veintisiete de la serie.    

 

No solo Hollywood se alimenta de superhéroes.

La desconcertante imagen que precede a este párrafo, que hemos preferido adelantar a la portada de la entrega con la que se daba conclusión a esta trilogía de espionaje iniciada por FHAF en abril de 1970 con el número catorce de la colección, tiene el único sentido de aturullar al aficionado español y facilitarle ese tipo de experiencia visionaria que luego pueda trasladar en la forma de un colosal bofetón al primer periodista con ganas de invadir Rusia que le salga al paso en internet o en la vida real. Un gran plaf por FHAF, y por el Judoka. Como sostén de este argumento, nuestros amigos lectores aficionados pueden proponer un rápido y acelerado correctivo a base puntapiés y mordiscos que les recuerden a esos desmirriados la existencia de una adaptación cinematográfica del personaje de la casa Ebal. Sí, una peli superheroica brasileña de los años setenta. Tal vez no deba tenerse por una experiencia clímax del séptimo arte, pero su avance comercial ha sido recientemente recuperado en YouTube. Ahí está para que cualquiera pueda disfrutarlo mientras da rienda a los efectos somáticos de otra nueva tanda de tortas, patadones y sádicos pellizcos mortales que acaben de una vez con las carreras parasitarias de esos comunicadores fantoches a los que el burócrata otanista de turno reserva sus caricias, como cuenta nuestro director que hacen las ratas del XXVII con sus cucarachas.

 

La historia que ocupa este número treinta y siete (abril de 1972) lleva por título Pesadelo, un aporte terrorífico que traslada las aventuras del Judoka al viejo continente. También la oportunidad de que FHAF recree las mismas atmósferas neblinosas, composiciones etéreas y líneas puras que hicieran conocidas las artes de Esteban Maroto entre un público internacional. Al menos por buena parte de esta aventura, contando desde que Lucía sea secuestrada por un hombre tigre hasta el momento en que el Judoka exponga las visiones fantásticas de un inquietante sueño a la sabiduría del Shiram Minamoto. Una pesadilla tras la que se revela el hilo telepático que une a Carlos y Lucía, la pareja de superhéroes marciales cuya destrucción se ha convertido ahora en objetivo prioritario para la S.E.T.A.. En ese aspecto, aun alejada de aquel viejo carácter macabro con el que el gótico brasileño sella la herencia europea bajo la rúbrica del horror, la aventura se entrega a la truculencia de una arquetípica pareja de científicos capaces de crear al híbrido de hombre y tigre que entre silencios, como haría todo monstruo, complemente el seductor visual de la figura femenina que aquí presenta Lucía en tanto permanece secuestrada. Lo desconcertante es que esta elección por el suspense y una fantasía truculenta se abandone en cuanto la acción comienza a tomar protagonismo. La intrusión del Judoka en la isla que sirve como laboratorio a los científicos de la S.E.T.A. parece haber obligado a que Floriano Hermeto optase por sintonizar con la ortodoxia superheroica. Lógicamente, así amolda su estilo al requerido por el subgénero en cuanto Carlos y Lucía vuelven a vestir sus uniformes. Luego que el suspense decline y este episodio se deslice hacia una conclusión romántica, casi inocente, y con guiño de sus protagonistas al lector incluido. Y ni este giro es totalmente un defecto. Pues la secuencia por la que Lucía derrota a Irma la Douce puede tenerse como un modelo de narrativa igual de expresivo y claro que el que acabaron por adoptar otros dibujantes del Judoka.
Si bien esta última historieta de FHAH en la serie no alcanzase la armonía gráfica del número veintisiete, puede tenerse como una muestra de sus inquietudes. Desmedidas pero valoradas muy positivamente por los lectores. Inquietudes ciertamente ambiciosas y que, con seguridad, Floriano Hermeto estuvo lejos de satisfacer ante la complejidad y abarrotamiento de las figuras estilísticas que llegó a manejar, mentiría quien dijese que alcanzó a emular plenamente a cualquiera de los dibujantes a los que se aproximó durante su paso por la colección de O Judoka, por más que el rescate de su brevísima obra esté sobradamente justificado. Por servir como testimonio de lo que pudiera haber sido la carrera de este autor de llegar a contar con mayores posibilidades de las que el mercado brasileño podía proveerle en su época. Pero también por el interés que su participación tuvo en el desarrollo del personaje y, por tanto, la ampliación de la serie y la propia colección, tratándose de un recorte valiosísimo para cualquier lector aficionado o profesional deseoso de ver atendidas todas las particularidades que se han ido espigando en uno u otro rincón del mundo hasta poder concretar algún día una historia de los superhéroes fuera de la demarcación ideológica y el territorio estadounidense. Pensar incluso, o quizás más bien especular, a partir del ejemplo de O Judoka, en lo que se ha dado en llamar quadrinho nacional. O en las diferentes concepciones acerca de lo que se consideran quadrinhos autorais según el marco de referencia de una u otra época y las interpretaciones siempre volubles a los intereses del mercado.
El conocimiento de estos milagros brasileños quizás libere un día al lector aficionado del castigo racial que por conocimiento han asegurado los bandos de endemoniados y mequetrefes editores y divulgadores españoles de medio pelo. Hasta entonces se recomienda no frecuentar librerías especializadas, ferias y festivales de cOmic, sin una estampita de Mortadelo a la que agarrarse para no caer en el embrujo de la mistificación desocializante de estos mercaderes de la moda jerárquica que jamás alcanzarán a representar otra cosa que los más burdos intereses económicos.

También intrigará al lector extranjero su adaptación cinematográfica, para ello mejor diríjase a YouTube, aquí en esta gacetilla solo podremos dar muestra fotográfica de la sección que documentó la producción de tal quijotesca empresa:


 

......................................................................................................................

[1] Federico Ripaldo y Terencia María de las Cicatrices son marido y mujer además de socios nuestros desde que esta publicación se repartía por la voluntad a punta de navaja  en las mejores bocas de metro de metrópolis como Malillos o Moratones. Por tratarse de nuestros primeros socios, así como por el cariño y la amistad y las más de dos cuotas que están a deber a esta empresa (con sede social en Stonehenge), nos atrevemos hoy a publicar aquí su dirección completa a fin de que otros de los muchísimos amigos con los que cuenta esta gacetilla puedan visitarles, y, como poco, romperles las piernas y desclavar las puertas del lujoso chalé que seguro han tenido tiempo de levantar con esos más de diez rublos que aún no se han dignado a pagarnos. Así, en conformidad a esa inexcusable sed de venganza promocionada por la meca de Hollywood y su filial canadiense en Toronto,  les damos por informados a ellos y al resto de socios que:
De acuerdo a la Ley de Tierras y Colonización de Chiken Bristle (Illinois), a la que nuestra publicación se acoge gracias a un convenio secreto de colaboración con la OTAN y otros organismos pedencieros, tales como Mercadona o El Corte Inglés, conminamos a nuestros asociados a participar en la operación de rapiña que próximamente se llevará a cabo contra los fornicarios e infieles insolventes. Para ello, los socios deberán comprometerse a entregar el 75% del botín reunido a la finalización del asalto al que legalmente tenemos derecho como resarcimiento ante el malintecionado impago del que estamos siendo víctimas. Por la misma razón se sobreentiende que todos quienes solidariamente desde hoy opten a participar en esta campaña de resarcimiento quedarán también comprometidos a realizar una petición de disculpas ante los familiares de nuestros insolventes y punibles acreedores mediante un acto de contrición televisado (de
cuya posterior explotación se hace reserva y asegura derechos exclusivos este medio), si se diese el caso de quedar comprometida la estabilidad estructural de la vivienda tras la consumación del asalto. Lo cual no obliga a acto de reparación alguno por aquellos más que probables casos de desprendimientos físicos, ya en la forma de mutilaciones exageradas ya como en el resto de proezas genéricas nacidas al olor de la sangre, a los que pudieran dar lugar estos apetitos de la justicia universal a la occidental durante el asalto jurídico-deportivo a celebrarse en el domicilio de Federico Ripaldo y Terencia María de las Cicatrices durante este próximo domingo, entre las 17:00 y las 18:00, en el lugar de Peleas de Abajo (Zamora), núm. 9 de la calle Examinis.  

[2] Otro detalle que los hombres boniato prefieren dejar de lado en sus hipóxicas prácticas teorizantes para que no se les reseque la patata con pormenores que solo han de importar a algunas pobres criaturas anónimas. Seres rasos sin interés o función específicos dentro de las jerarquías que mejor encajan en ese recreo social al que se adhiere el siempre más relevante y sano ejercicio del friquismo. Friquismo, tabaquismo, alcoholismo, bandolerismo, arribismo... todo encaja. 

[3] He aquí el principal problema que afrontamos con la aspiración de dar continuidad a este naturallissimum et perfectissimum proyecto propagandístico que llamamos Historietas a pedales: 
El alto índice de impagos que luego no son resueltos de forma totalmente satisfactoria para nuestra empresa podría estar indicándonos acaso lo contraproducente de alguno de los mecanismos jurídicos, con todo tan legales como necesarios para la expansión filantrópica de una democracia universal de pago, por los que habitualmente tratamos de resarcirnos bajo el único y sano objetivo de seguir sacando adelante esta gacetilla informativa.  Y decimos "podría" únicamente llevados por esa modestia que siempre tiene a gala nuestro amo y director cada vez que refrena el motor de su intelecto para no atropellar al resto del mundo con su sabiduría y comprensión acerca de lo que en realidad son las cosas. Y hasta lo que sin ser exactamente cosas seguimos prefiriendo tener por tales tanto para nuestra propia tranquilidad como para la de nuestros asociados. Pues bien sabemos todos, y mejor y antes que cualquiera él, nuestro sagrado director, que la única explicación posible a la natural insolvencia de estos exsocios no sería otra que la infiltración de elementos comunistas. Marcianitos rojos de grana o carmelitas descalzos llegados desde la China, cualquier cosa, en fin, cuya secreta actividad justo ahora hemos sido capaces de confirmar bajo una tonelada de pruebas sulfúricas. Frutos burbujeantes de una actividad colérica todas ellas rumiadas fotocopia a fotocopia por nuestro Departamento de transacciones diplomáticas en apenas cinco minutos. Cinco minutos de luces y gases. Que son hoy testimonio de diversos infortunios rebobinados al dolor histérico de más de cien mil videoporteros, todas las mejores grabaciones de aquí a Vladivostok; siempre bajo estudiadas escenografías, los mejores efectos visuales y el mayor número de figurantes y comparsas que la ocasión permitiese de cara a destapar a los tumultuarios bolcheviques disfrazados de horteranos que habrían obtenido sus carnés de socios a partir de las más abyectas estrategias. Tales como fingir que apenas sí sabrían leer a la hora de firmar nuestros coloridos formularios de adhesión. Siendo en realidad importantes arcontes del imperialismo neosoviético a los que nuestros comerciales tomaban por beodos turistas en cualquier chiringuito de playa. Si bien por fin todos ellos han sido descubiertos, desvestidos y... finalmente, amorcillados. Asunto este el de su eliminación y reaprovechamiente que trasladaremos como motivo central de discusión durante una próxima asamblea, ya pronta a celebrarse, en la cual hemos pensado dar cuenta además de algunas novedosas estrategias mediante las que pretendemos compensar esta perdida constante pero totalmente fortuita de socios. El hecho de que estos consistiesen en unos fornicarios comunistas a sueldo de agentes extraterrestres, o simples familias alienadas que creyesen pertenecer a alguna especie de clase media ancestral, resulta irrelevante para nuestro proyecto comercial. Al fin y al cabo, la orientación ideológica de la probreza es lo de menos a la hora de conseguir una explotación eficaz del menesteroso. Más bien ha de preocuparnos la manera en que podríamos haber reaprovechado los despojos de esos simios de Dios lo que requiere ahora de una más extensa discusión. Cuestión esta que elevaremos ante nuestros simpatizantes y socios. Evidententmente, siempre bajo la guía del movimi... de la filoso... el pensami... en fin, qué coño, nunca peor dicho, de todo lo bueno en que se ocupa el despropósito queer. Quizás metiendo mano en alguno de esos florecientes mercados democráticos de pronto pago como los que las complacientes hipótesis de este nuevo sector del capitalismo sentimental ya ha acertado a justificar teóricamente mediante estudios académicos financiados por la gracia y el misterio de las mejores facultades universitarias de los EE. UU.. Insoslayable servicio público a la humanidad futura ante el que nos emplazan nuestros amos aliados de cara a ensayar una reindustrialización mundial de las almas como la que se producirá en torno a... ¡ji, ji, ji... ¡pero qué liantas, si es que hasta el nombre da risa! (¡Ejem!) Ejemplares empresas como la gestación subrogada y la donación contractual de órganos humanos de las que esperamos participar en apoyo y compañerismo junto al resto de benefactores mundiales. Sin dejar de lado otros comercios más tradicionales y mejor asentados como puedan ser el de la prostitución regulada, la representación futbolística, o la mineración espiritual del individuo a través del siempre significativo bien público del reality show mediante el que hemos ido limando las atmósferas artísticas y los medios comunes de comunicación al desinterés de sus víctimas.
Toda la información relativa a esta nueva asamblea se encuentra ya actualizada en el boletín que durante este mes hemos enviado a las direcciones de correo electrónico que a tal fin constan en nuestros ficheros de seguimiento. Al igual que también en los de las instituciones privadas solidarias Twitter, Facebook, o Instagram, con quienes compartimos datos sobre nuestros socios y a cuya generosidad debemos el poder prescindir de la siempre fastidiosa publicidad. 
¡Ah, cuán molesta resulta la publicidad en comparación a la franca propaganda del Telediario y los buenos tebeos de Batman!

[4] ¡Gracias por volver a leerme, Ismael! 
No, muchacho, gracias a ti; oye, por cierto, ¿ya has pagado la cuota este último mes?